Capítulo 22: Dos horas

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Me voy a morir de estrés

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Me voy a morir de estrés.

Yo creería que sería una muerte más digna como la que tuvo mi abuelo, cayéndome en la ducha y como tengo poca resistencia ósea me quedaría la columna y moriría al instante. O tal vez algo más trágico, como salvando a una cachorra de caer de un barranco y por salvarla me caigo yo, caída en cámara lenta, vestido blanco cual doncella y ver en mi mirada segundo a segundo mientras caigo dentro de mí voy notando que no tengo salvación. Sería épico. Un poco estúpido. Pero ligeramente épico. Si hubieran cámaras grabando ese suceso luego podrían hacerme edits con música melancólica de mi muerte y consagrarme como una heroína.

Pero no. Nada de eso parece que me ocurrirá. Solo un pico de estrés que me haga explotar la cabeza y muera lenta y dolorosamente.

Me gustaría decir que exagero, pero no. Tuvimos que llamar a nuestro médico a domicilio porque me subió la presión arterial. Me dijo que debo descansar y tomar mucha agua. Dada mí condición cardíaca tengo que tener cuidado con estas cosas para no ocasionar cosas que no quiero ocasionar estando en casa con mis hijos presentes. Esa sí sería una muerte que no me gustaría tener. Paro cardiorrespiratorio a mis dulces veintisiete y traumas infantiles para mis hijos.

Así que estoy sentada dándole la espalda a Aaron que está regañando a nuestros hijos por haber estado jugando a los gritos y causarme dolor de cabeza. No es su culpa que solo quieran jugar.

Los echa a sus habitaciones y se detiene justo a mi lado para agarrar mis mejillas desde su gran altura y examinarme el rostro como si supiera algo de medicina. Tiene que achinar los ojos para enfocarme, pero no lo logra y se pone los lentes.

—¿Cómo estás?

—Bien, deja de preocuparte.

—No me preocuparía si no te desmayaras en medio de la casa. Podrías haberte roto la cabeza contra el escalón.

—¿Te comiste a mi padre de desayuno? No me desmayé, exagerado, me mareé un poco nomás.

—Si, y Mateo te tuvo que sostener con su cabeza. Hace bíceps en el gimnasio, no ejercita su cerebro.

Cuando me mareé no estaba cerca de las sillas y cuando Mateo me vio vino corriendo a sostenerme, pero sus manitas no eran suficientes y puso su cabeza en mis muslos para evitar que me cayera de cara al suelo. Es mi pequeño héroe de rizos despeinados.

—Es un niño que resuelve con la cabeza—bromeo un poco y me mira sin gracia, con los lentes puestos se ve más serio—. Estoy bien, amor. Cálmate, solo es estrés, ya oíste al doctor.

—Si, pero me gustaría que ningún otro miembro de mi familia esté en el hospital.

—Si me hubieras dejado ir a mi consulta médica tal vez lo hubiera evitado.

—El neurólogo no va a solucionar tu estrés. Ni la ginecóloga.

Es la primera vez que tocamos el tema desde que ocurrió. Dos días han pasado y no hablamos del hecho de que se metió sin permiso en mis asuntos. Era algo que aún no quería decirle a nadie, mi tratamiento es algo muy importante para mí, quiero cuidarlo, hacerlo bien, no quiero fallar en esto.

Ni Que Fuera Por Nosotros [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora