Capítulo 25: Buscando problemas

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No se había puesto el conjunto de encaje azul, pero lo dejó sobre la cama y no dejé de mirarlo hasta que ingresó a la habitación después de ponerle la película a los niños en la sala de estar

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No se había puesto el conjunto de encaje azul, pero lo dejó sobre la cama y no dejé de mirarlo hasta que ingresó a la habitación después de ponerle la película a los niños en la sala de estar. Viene con su pijama de osos y sus pantuflas de garras.

Veo sus piernas moverse mientras se quita las pantuflas y anda descalza de un lado al otro preparando nuestra cama para dormir. Tengo flashbacks de las miles de veces que la vi haciendo esto mismo años atrás luego de arropar a nuestros hijos. Le encanta hacer eso, ir a darle un beso, contarles un cuento o cantarles una canción. A mí no me gusta tener que despedirme antes de ir a dormir como si no fuera a volverlos a ver, pero ella ama eso y siempre lo hará. Y yo siempre la esperaré en la cama.

Mis oídos vuelven a activarse en esta realidad cuando se baja los pantalones cortos y se queda en sus bragas negras.

—¿Qué…?

—¿Ahora sí me prestas atención? Te estoy hablando hace cinco minutos.

—Y yo te estaba adorando hace toda una vida.

La hago callar y bajo la pierna que tenía sobre la otra y palmeo mi regazo invitándola.

—No puedes decir esas cosas así como así sólo para callarme—me acusó, pero igualmente se acercó, aún sin sus pantaloncitos.

—¿Y qué hago para que te calles? ¿Pongo algo en tu boca?

Se detuvo justo entre mis piernas y volvió a señalarme con su dedo.

—Ya sé a dónde estás yendo con esas insinuaciones y ya te digo que no vas a poner nada en mi boca, ni en la tuya, ni en otras partes más abajo, porque hay niños en casa y sabes que no me gusta perturbar el ambiente.

—Ven aquí de una buena vez —agarro sus muslos y la siento sobre mí en mi sofá individual. Suelta un jadeo y acomoda su cabello cuando se le va sobre la cara—. Es tu culpa, si no me hubieras dicho de tu encaje, no hubiera pasado nada.

Giró para verlo sobre la cama y sus tetas quedaron muy cerca de mi visión. Aún sin lentes pude ver los picos de sus pezones resaltantes en la tela. Estuve a punto de morderlos cuando se giró y me manoteó.

—Compórtate, hay que hablar.

Bufé y me relajé completamente en mi sofá importado.

—Nunca terminan bien esas conversaciones.

—Esto terminará genial, depende de ti.

—A ver, habla.

Se acomodó en mis piernas y dejé mis manos en el apoyabrazos para no tentarme a meterlas en otras partes y así obligarme a estar concentrado.

—Estuve pensando hace varios días ya, antes del juicio, que hemos pasado por muchas cosas y no hemos parado desde hace tiempo. Es una desgracia tras otra y si, a ver, Dios está haciendo una novela de las cuatro con nosotros y no sé porqué, estoy casi segura que no hice nada malo. Pero en fin, a lo que me refiero es que tú no has parado y…deja de mirarme las tetas, haz un esfuerzo, por favor.

Ni Que Fuera Por Nosotros [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora