La calma tras la tormenta

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Cuando Elia llegó a casa aquella noche, no le extraño que su abuelo no hubiera llegado

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Cuando Elia llegó a casa aquella noche, no le extraño que su abuelo no hubiera llegado. No pensó que su ausencia tuviera que ver con los ojos rojos de Bella. La verdad era algo que se había convertido en habitual el que su abuelo llegara tarde a casa. Pero cuando al día siguiente al bajar a desayunar tampoco lo vio, ni siquiera a punto de salir, le empezó a parecer algo extraño.

—¿Dónde está el abuelo? —preguntó

Neal y Bella se miraron, y Neal suspiró. Tenían que contárselo tarde o temprano.

—Se ha ido —dijo

—¿A dónde?

—No lo sabemos, Elia —dijo Bella—. Pero se tenía que ir.

—No lo entiendo —dijo Elia—. ¿Qué ocurre?

—Tu abuelo... nos mintió a todos —dijo Neal—. No ha cambiado como creía

—¿Recuerdas el guante que encontraste ayer? —dijo Bella, que parecía a punto de llorar. Elia asintió—. Es mágico. Es capaz de guiarte hasta la posesión más preciada de alguien. Y a mi me guio hasta su daga. La auténtica. No la que me había dado

—Lo siento, Elia —dijo Neal—. Pero estuvo actuando a nuestras espaldas...

—Pero ¿por qué haría eso? —dijo Elia

—No lo se —respondió su padre—. Y no importa. Ya no está aquí.

Elia bajó la mirada pensando en su abuelo. Su padre y Bella no quisieron decirle que había hecho exactamente, pero intuyó que era malo. Aun así, iba a ser extraño no verlo en el pueblo, iba a echarlo de menos. Eso lo sabía. Al fin y al cabo, tenía poca familia por parte de su padre y aunque puede que no lo conociera de mucho tiempo, le había cogido cariño. Le gustaba pasar algunas tardes con su abuelo y Bella en la tienda.

—Elia, deberías terminar de desayunar —dijo su padre—. Venga, tienes que ir a clase.

—¿A clase? ¿Después de todo lo que ha pasado? —dijo Elia

—Si, la vida continua —dijo Neal

Elia suspiró pero asintió antes de apresurarse a terminar su desayuno. Luego subió corriendo a su habitación a por sus cosas. Con todo, ni siquiera se había acordado de prepararse la mochila. Rápidamente se metió todo, aunque fuera a bolo, antes de bajar corriendo. Miró el reloj que había en el salón, se despidió de su padre y Bella, a quienes pareció interrumpir una conversación en voz baja, y salió corriendo de la casa para llegar a la parada del autobús.

—¡Elia! —Pinocho la llamó en cuanto la vio bajar del autobús

Elia sonrió al ver a su amigo y junto con Anne se apresuraron a acercarse a él. Anne había resultado ser una buena amiga. Vale, era muy parlanchina y a veces se emocionaba demasiado, pero se habían llevado bien. Y se parecían más de lo que Elia había creído.

—¿Por qué todos están tan normal? —preguntó Elia—. Ayer mismo había un maleficio.

Anne rio.

—Cuando lleves más tiempo aquí, te acostumbrarás.

Elia frunció el ceño confundida, pero terminó riendo con ella rápidamente. La campana del colegio sonó y los tres amigos se apresuraron a entrar al edificio, donde Pinocho debía separarse de las chicas. Aunque aquel día a Elia le costó concentrarse en las clases y tareas. No dejaba de pensar en su abuelo. Por primera vez, la profesora tuvo que llamarle la atención un par de veces por estar distraída.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —preguntó Elia esa misma tarde, cuando se encontraba en el convento practicando su magia con Campanilla.

El lugar estaba sorprendentemente vacío, pues no habían conseguido liberar a las hadas atrapadas en el sombrero. Al principio, las hadas se habían encontrado algo perdidas sin Azul, pero Campanilla se había sorprendido hasta a si misma, tomando la iniciativa para organizar las cosas mientras Azul no estuviera.

—¿Qué te preocupa? —dijo el hada sentándose en una silla frente a ella

—¿Por qué tengo sueños raros o... visiones? —dijo Elia

—¿Qué tipo de sueños o visiones? —preguntó Campanilla

—No se... como el que tuve cuando descubrí que tenía magia —dijo Elia—, o esa visión del sombrero.

—¿Un sombrero?

—Si, es azul y brillante —dijo Elia—. Un hombre me dijo que pertenecía a un mago poderoso

—Así que has conocido a Michael, su aprendiz —dijo Campanilla

—¿Lo conoces? —preguntó Elia

—Si, todas las hadas conocemos o hemos oído hablar del mago —dijo Campanilla

—Pero sigo sin saber porque veo esas cosas —dijo Elia

—Debe ser parte de tu magia —dijo Campanilla

—Él dijo que era especial —dijo Elia—, y que le recordaba a alguien... Al principio, me llamó Morgan.

Campanilla suspiró, con un brillo de reconocimiento en los ojos.

—Creo que se de quien hablaba, he oído de ella —dijo—, y creo que se a que se refería. Creo que se la razón de porque eres tan especial y poderosa. No me di cuenta antes. Pero es que algo sigue sin cuadrar.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Elia

—No te puedo dar las respuestas ahora —dijo Campanilla—. Primero tengo que hablar con Azul, y ella sigue atrapada en ese sombrero...

—¿Por qué no me lo puedes decir y ya? —dijo Elia

—Porque no estoy segura de lo que puede significar —dijo Campanilla—. Así que por el momento nosotras deberíamos continuar con la lección.

Neal llegó a la biblioteca con dos cafés. Él y Bella habían quedado allí para tratar de buscar la forma de liberar. Ni las hadas, ni Regina o Emma habían conseguido nada con su magia. Aquel sombrero era demasiado poderoso y parecía reacio a dejar escapar a sus presas. Pero se sorprendió cuando vio una tercera persona allí también.

—¿Killian?

—Bae.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Neal

—Tu padre me obligó a ayudarle y atrapar a esas hadas en el sombrero —dijo el pirata—. Así que no me quedaré de brazos cruzados. Quiero ayudar a encontrar la manera de liberarlas.

—La ayuda nos vendría bien —dijo Bella desde el mostrador de la biblioteca

Neal la miró, algo sorprendido. Estaba de acuerdo con ella y el no tenía problemas con que Killian los ayudara, pero si precisamente tenía dudas, era por ella. Sabía que ambos no tenían una buena historia. No es que la de ellos dos fuera la mejor, pero era algo mucho más lejano, Killian había cambiado y a diferencia de su padre, Killian no le había demostrado lo contrario.

—Si, claro —dijo Neal mientras dejaba uno de los dos cafés en el mostrador para Bella—. Solo había traído dos, no sabía...

—No importa, tengo lo mío —Killian se abrió la chaqueta para mostrar su petaca de ron en el bolsillo interior

—Ya, por supuesto —dijo Neal—. Deberíamos ponernos a buscar.

ONCE UPON A TIME (NEAL'S DAUGHTER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora