El portal

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—¿Cómo ha podido ser tan estúpida? —exclamó Regina con frustración, de pie en medio de la calle de Storybrooke, mientras la daga con el nuevo nombre del Ser Oscuro yacía aún en el suelo

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—¿Cómo ha podido ser tan estúpida? —exclamó Regina con frustración, de pie en medio de la calle de Storybrooke, mientras la daga con el nuevo nombre del Ser Oscuro yacía aún en el suelo.

—¡Regina! —intervino David, tratando de calmarla.

—Tenía que haber otra manera —insistió Regina, con la voz cargada de ira.

—No la había —respondió Blanca con firmeza—. Esa cosa iba a matarte, Regina. Ella te salvó la vida.

—¿Crees que no lo sé? —Regina espetó, su mirada encendida.

—Y ahora... ella es el Ser Oscuro —dijo Henry, apareciendo repentinamente. Neal, todavía sacudido por lo ocurrido, lo vio y su corazón se tensó al ver también a Elia corriendo tras él.

—¡Henry! —Neal reaccionó al instante—. Teníais que haberos quedado en la tienda.

—¿Qué le ha pasado a Emma? ¿Dónde está? —preguntó Elia con preocupación.

—Ahora Emma es un problema para todos —dijo Regina con amargura.

—Sigue siendo buena —replicó Blanca entre dientes, intentando convencerse.

—Eso espero —Regina exhaló—. No se fue montada en un unicornio; la succionó un vórtice de pura maldad.

—¿Y dónde ha ido? —preguntó Robin, preocupado.

—¿Pero la daga no puede invocarla? —preguntó Elia, con una chispa de esperanza.

—No —respondió Neal firmemente, aunque no era una respuesta directa. Solo la idea de controlar a Emma le resultaba insoportable.

—De hecho, tu hija ha sugerido probablemente la única solución —dijo Regina, con una mirada calculadora.

—Regina, no creo que...

—¿Y qué propones entonces? —lo interrumpió Regina con dureza—. Si tienes una forma mejor de encontrarla, adelante. Ilumínanos.

Neal suspiró con resignación, pero guardó silencio cuando Regina se adelantó para recoger la daga del suelo. Levantó la daga al aire con determinación.

—Ser Oscuro, te invoco —declaró Regina con voz clara.

Nada sucedió. Todos se miraron entre sí, expectantes, pero Emma no apareció.

—¿Qué pasa? —preguntó David, desconcertado—. Creía que la daga podía invocar al Ser Oscuro desde cualquier lugar del mundo.

—Esa es la cuestión —dijo Regina, con un gesto sombrío—. Ella no está en este mundo.

De vuelta en la tienda, el Hada Azul estaba cuidando del aprendiz, mientras Bella se había llevado a Gold a un lugar más cómodo, ya que el catre de la tienda estaba ocupado por el aprendiz.

—La oscuridad se ha llevado a Emma, ¿dónde está? —preguntó Neal con desesperación mientras entraban en la trastienda

—Ahora ella está en la oscuridad, en su germen —dijo el aprendiz con un hilo de voz—. En vuestro reino.

—¿Cómo podemos llegar allí? —preguntó Blanca

—Ya no tengo la fuerza para hacerlo... pero esto... —dijo el aprendiz. Alzó su mano temblorosa y materializó una varita en su palma—. Esto os ayudará —susurró, mostrando la varita como si fuera un último rayo de esperanza—. Un regalo del hechicero... de Merlín... el día que me convertí en su aprendiz. —Una sonrisa débil cruzó sus labios, aunque su voz era apenas un eco—. En ella reside toda la magia de la luz.

—¿Nos llevará hasta Emma?

—No por si sola —murmuró el aprendiz—. Para viajar entre reinos, debe ser usada tal cual la forjaron. Con ambos lados de la moneda, la luz y... la oscuridad. —Con un último suspiro, el aprendiz cerró los ojos exhalando su último aliento de vida, y la varita rodó de sus dedos cayendo al suelo.

Elia, con los ojos cerrados, se giró y enterró el rostro en los brazos de su padre, quien la abrazó con pesar, lamentando que ella tuviera que presenciarlo. Mientras tanto, Regina, sin perder tiempo, se agachó rápidamente para recoger la varita con determinación.

—Creo que es mi turno —murmuró con la mirada fija en el objeto. La levantó y la agitó en el aire, pero nada sucedió. Volvió a intentarlo, esta vez con más fuerza, pero el resultado fue el mismo: nada.

—¿No debería estar pasando algo? —preguntó Neal, desconcertado.

—Sé lo que hago —replicó Regina, manteniendo su vista fija en la varita.

—Tal vez no te queda suficiente oscuridad para lograrlo —dijo Neal, preocupado.

—¿Y qué propones entonces? —espetó Regina.

—No lo sé, pero está claro que necesitamos a alguien más... —Neal suspiró, dándose cuenta de quién podría abrir el portal. Y la idea no le gustaba en absoluto—. Alguien malo.

—¡No! —exclamó Regina, sacudiendo la cabeza—. No, no y no. Mi hermana, no. No solo es mala, está completamente trastornada.

—Tampoco me gusta la idea, pero... —empezó Neal, pero se interrumpió cuando una nueva posibilidad cruzó su mente—. ¿Y Maléfica? Ahora está de nuestro lado, pero quizá a ella aún le quede suficiente oscuridad para lograrlo.

Todos se reunieron en la cafetería de la Abuelita. Neal observó que probablemente era el grupo de rescate más grande que había visto. Incluso la propia Abuelita iba a acompañarlos, al fin y al cabo, iban a llevarse literalmente su cafetería. Tres enanitos —Gruñón, Sabio y Feliz— también se habían unido al grupo, y Bella estaba allí con una rosa mágica que el Hada Azul le había dado, ligada a su padre para mostrar si mejoraba o empeoraba.

Hasta Zelena, atada a una silla y con el brazalete de Pan en la muñeca para bloquear su magia, estaba presente. Regina había decidido mantenerla vigilada, a pesar de las protestas. Incluso Roland y Leo, el bebé de Blanca y David, estaban en la cafetería, lo que llevó a Neal a permitir que Elia se uniera también.

Maléfica había logrado convocar el portal, pero el esfuerzo la había dejado muy debilitada y su hija se la había llevado. Ahora, Regina tenía de nuevo la varita para dirigir el portal hacia su destino. El tornado mágico se acercaba cada vez más a la cafetería.

—¡Apaga la freidora y precinta los condimentos! —ordenaba la Abuelita—. Me da que mi seguro no cubre cafeterías voladoras.

—No pasará nada —aseguró Regina, aunque no parecía del todo convencida.

—¿Pero cómo sabremos si nos llevará hasta Emma? —preguntó Neal. Una cosa era saber que iban al Bosque Encantado, pero ese mundo era enorme.

—Con esto —dijo Regina mientras sacaba del bolso una vieja manta de bebé.

—La manta de Emma —susurró Blanca, reconociéndola al instante.

—No pude traerme su coche amarillo a cuestas —bromeó Regina, con un destello de humor en su voz—. ¿Listos?

Regina pasó la varita por encima de la manta, que empezó a brillar con una luz suave. De repente, el lugar comenzó a temblar violentamente. Todos se aferraron a la barra mientras la cafetería se sacudía. David intentaba proteger a Blanca y al bebé, Roland se abrazaba a Henry, y Elia se aferraba a su padre, nerviosa.

La cafetería se transformó en un caos: vasos caían, muebles se tambaleaban, y los objetos rodaban de un lado a otro mientras el tornado mágico los elevaba hacia su destino desconocido.

ONCE UPON A TIME (NEAL'S DAUGHTER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora