Rescatando a Emma

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—¡Eh! —exclamó Henry, emocionado—

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—¡Eh! —exclamó Henry, emocionado—. ¡Ya hemos llegado!

Elia se apresuró a unirse a él en el borde de la cubierta. A lo lejos, una pequeña isla se alzaba en el horizonte, coronada por una construcción de piedra que parecía un castillo en miniatura, con una alta torre que dominaba el paisaje.

—Hay un caballero negro de guardia —anunció Garfio, observando atentamente.

—Lo raro es que solo haya uno —comentó Baelfire, frunciendo el ceño con desconfianza.

—Podemos con él —dijo Henry con confianza—. Tal vez ni siquiera tengamos que luchar.

—¿Por qué? —preguntó Elia, curiosa.

—Tengo una idea —respondió Henry con una sonrisa que revelaba una chispa de travesura.

Atracaron el barco fuera de la vista del caballero negro. Garfio se quedó a bordo para vigilar el barco, mientras Baelfire y Henry insistían en que Elia debía quedarse con él. Pero ella se negó rotundamente. No había aprendido magia para quedarse al margen mientras los demás tomaban acción.

Siguieron el plan de Henry: ataron sus manos con una cuerda y le cubrieron la cabeza con un saco, simulando que era un prisionero. Baelfire fingiría haber capturado a un criminal para entregarlo por órdenes de la reina. Mientras tanto, Elia los sorprendió haciendo uso de su magia para volverse invisible, un hechizo que había perfeccionado tras mucho esfuerzo con las hadas. Pasó toda la noche anterior practicando ese y otros hechizos que podrían resultarles útiles, y ahora era el momento de demostrar su valía.

Avanzaron por la colina hasta la torre, ocultándose en la penumbra. Al llegar, entraron silenciosamente y encontraron al caballero negro en el interior, vigilando con aire imponente. La armadura negra reflejaba débilmente la luz que se filtraba por las rendijas de las paredes.

—He venido por orden de la reina —dijo Baelfire con voz firme, mostrando una autoridad que casi resultaba convincente—. Traigo un prisionero peligroso del reino de Kashyyyk.

El caballero negro inclinó la cabeza, examinando a Baelfire desde la penumbra de su casco. Sin decir palabra, le quitó el saco de la cabeza a Henry, observándolo detenidamente. En ese instante de distracción, Baelfire aprovechó para levantar la empuñadura de su espada y golpearlo en la cabeza con fuerza. El caballero cayó al suelo, inconsciente.

Elia reapareció, haciendo desvanecer su hechizo con un suave destello de luz antes de inclinarse nerviosa hacia el cuerpo caído. Le dio una pequeña patada suave con el pie, como si temiera que pudiera despertar de un momento a otro.

—Funcionó... —dijo Baelfire, sorprendido por su propio éxito.

—El truco del prisionero Wookie —dijo Henry, esbozando una sonrisa—. Nunca falla.

—¿El qué? —preguntó Baelfire, desconcertado.

Elia, sin perder tiempo, se agachó para recoger las llaves del caballero. Sabía que no tenían tiempo para explicarle a su padre qué era un Wookie; con suerte, cuando recuperara sus recuerdos, lo recordaría. Después de todo, habían visto Star Wars juntos más veces de las que podía contar.

—¡Vamos! —les apremió mientras salía corriendo por los pasillos de la fortaleza, su corazón latiendo con fuerza.

—¡Espera, Elia! —gritó Henry, apresurándose a seguirla.

Subieron rápidamente por una escalera de piedra hasta una puerta al final del pasillo. No sabían cuál de las llaves abriría la puerta, pero probaron una tras otra hasta que finalmente una giró en la cerradura con un chasquido metálico. Abrieron la puerta y allí, en el interior oscuro y húmedo de la celda, encontraron a Emma. Su cabello rubio, enmarañado y sucio, caía sobre sus hombros, y una túnica azul vieja y raída apenas la cubría. Estaba encadenada al suelo, sus ojos apagados se alzaron lentamente cuando los vio entrar.

—Hola... —comenzó Henry, con la voz cargada de emoción contenida—. Me llamo...

—Henry —lo interrumpió Emma con voz ronca, apenas audible.

—Mamá... —murmuró Henry, la emoción evidente en su tono, acercándose a ella con lágrimas en los ojos.

Elia, observando desde un poco más atrás, sintió un nudo en la garganta al ver cómo Henry y Emma se abrazaban. No esperaba sentirse tan aliviada al ver a Emma, alguien que solía despertar en ella sentimientos encontrados. Pero en ese momento, al ver que recordaba, todo lo que había sentido hasta ahora parecía desvanecerse.

—¿Te... te acuerdas? —preguntó Henry con la voz temblorosa, incapaz de creer lo que veía.

—Sabía que vendrías por mí —dijo Emma, rodeando a su hijo con los brazos, su cuerpo débil pero su espíritu intacto.

Cuando Emma se separó de Henry, se giró hacia Elia y, para su sorpresa, la abrazó también. Elia, sin pensarlo, le devolvió el abrazo, sintiendo por primera vez una conexión genuina con ella. Todo el resentimiento y las dudas que alguna vez tuvo se disolvieron en ese momento.

—No entiendo... —dijo Henry mientras Elia usaba su magia para liberar las cadenas de Emma—. ¿Por qué eres la única que recuerda?

—Debe ser parte del plan de Gold —explicó Emma, frotándose las muñecas con gesto cansado—. Mi castigo aquí es saber la verdad, pero no poder hacer nada. En este mundo, ya no soy la Salvadora... no tengo magia.

—No te preocupes —dijo Henry, con una sonrisa decidida—. Nosotros sabemos qué hacer.

—Y yo todavía tengo mi magia —añadió Elia, sintiendo un renovado sentido de confianza.

—Vamos —dijo Henry con firmeza.

Baelfire aguardaba tras la puerta, prefiriendo no interrumpir el emotivo reencuentro. Sin embargo, cuando Emma salió de la torre y sus miradas se cruzaron, algo inexplicable se agitó en su interior, aunque no podía entender por qué.

—Neal... —murmuró Emma, con un atisbo de esperanza en su voz.

Pero Baelfire solo pudo mirarla con desconcierto al oírla llamarlo por ese nombre.

—Tú... debes ser la madre de Henry —dijo Baelfire con nerviosismo, sin saber cómo reaccionar.

—Sí... —respondió Emma en un susurro, recordando que, por supuesto, él no la reconocía.

Antes de que el momento pudiera prolongarse, Elia los interrumpió, trayéndolos de vuelta a la realidad.

—Tenemos que irnos —dijo con urgencia, y tanto Emma como Baelfire se giraron hacia ella.

—Sí, aún tenemos que detener una boda —agregó Henry, recordando que las campanas de la boda de Robin y Zelena señalarían el fin del libro y su última oportunidad de escapar de ese mundo.

Sin más demora, los cuatro bajaron las escaleras y salieron de la torre, dirigiéndose rápidamente hacia el barco donde Garfio los esperaba. Apenas todos estuvieron a bordo, zarparon, alejándose de la isla. Mientras se deslizaban por las aguas, Elia se sentó en una banqueta de la cubierta, observando desde la distancia a su padre y Emma conversando cerca del timón. A pesar de que Baelfire no recordaba quién era, la conexión entre ellos seguía siendo innegable, casi palpable.

De pronto, un estruendo sacudió el aire. Desde la isla, una de las paredes de la torre explotó y, en un vuelo amenazante, un enorme dragón emergió, persiguiéndolos. Elia lo reconoció al instante: era Lily, la hija de Maléfica, la misma criatura que había visto en Storybrooke.

—¡Henry, Elia, id abajo, rápido! —exclamó Emma con urgencia.

—¡Pero quiero ayudar! —protestó Elia, poniéndose de pie, pero Henry la agarró de la mano, tirando de ella hacia el interior del barco.

ONCE UPON A TIME (NEAL'S DAUGHTER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora