Solos

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Elia abrió los ojos, aturdida

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Elia abrió los ojos, aturdida. Se encontraba en el suelo, mirando el techo del apartamento de los Nolan. Algo no estaba bien. Se sentía extraña, como si hubiera despertado de un largo sueño o una especie de trance, sin saber cuánto tiempo había pasado. El silencio que la rodeaba era lo que más la inquietaba. Se incorporó lentamente, descubriendo a Henry junto a ella, tan confundido como ella. Todavía sostenía en su mano la llave de la puerta de la página del libro. Se miraron, ambos sin entender nada.

Se levantaron tambaleantes, y se asomaron por la barandilla. El piso inferior estaba igual de vacío. Bajaron rápidamente las escaleras.

—¿Papá? —llamó Elia con un tono de voz que empezaba a llenarse de nerviosismo.

—¿Mamá? ¿Abuelo? ¿Abuela? —añadió Henry, su voz quebrada por la incertidumbre.

El silencio seguía siendo su única respuesta.

—¿Qué está pasando? —preguntó Elia, con el corazón en la garganta.

—No lo sé —respondió Henry—. ¡Pero tenemos que descubrirlo!

Sin perder más tiempo, Henry salió corriendo del apartamento, y Elia se apresuró a seguirlo. Pero lo que encontraron fuera solo añadió más inquietud: las calles de Storybrooke estaban completamente desiertas. El pueblo entero parecía un pueblo fantasma, sin un solo ruido ni movimiento. Ni coches, ni personas, solo un inquietante vacío.

Decidieron separarse para buscar alguna señal de vida. Elia recorrió la cafetería, la biblioteca, algunas tiendas cercanas... pero todo estaba igual: vacío. Cuando se reunieron de nuevo, ambos tenían el mismo desolador reporte.

—No hay nadie... —susurró Elia, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.

—Tiene que ser cosa de Isaac y el abuelo —afirmó Henry con una mezcla de determinación y miedo—. Pero... ¿por qué han desaparecido todos? Ellos tampoco están...

—¿Cómo vamos a encontrarlos? —preguntó Elia, su mente buscando respuestas sin éxito.

Henry, con la expresión de alguien que está a punto de hacer algo impulsivo, anunció su plan: salir de Storybrooke en el coche de su madre.

—¡¿Estás loco?! ¡Tienes trece años! —exclamó Elia, sorprendida por la idea.

—¿Y qué otra opción tenemos? —respondió Henry con firmeza—. No hay autobuses, y no podemos esperar. Mi abuelo me enseñó a conducir. Puedo hacerlo.

Elia lo miró, dudando, pero no tenía una mejor idea. A regañadientes, aceptó. Subieron al coche negro de Regina, y Elia se abrochó el cinturón con fuerza, aferrándose al asiento con ambas manos cuando Henry encendió el motor.

—Vamos a morir, ¿verdad? —dijo Elia con voz temblorosa.

—No vamos a morir —respondió Henry, decidido, mientras pisaba el acelerador.

ONCE UPON A TIME (NEAL'S DAUGHTER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora