«No dejemos que nuestra historia termine como un cuento efímero,
hagámosla tender a infinito, yo sé que podemos:
nuestro amor es capaz de eso y más». -Manuel Ignacio.
*
Nora y Alejandro empezaron su relación como algo fugaz, algo de una noche.
Nora...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
CAPÍTULO 11 NORA
Alejandro no está a mi lado cuando me despierto.
Pero tampoco debo buscarlo porque diviso su espalda ancha a escasos pasos frente a mí. Está viendo la pecera de Elliot y le habla a la tortuga como si el animal le entendiera. Me quedo en silencio en la cama mientras admiro su espalda.
Las letras chinas que adornan su nuca llaman mi atención una vez más.
Y las pequeñas rayas rojizas que descansan sobre su piel también llaman mi atención. Quizás me pasé un poquito anoche... ¿o ahora en la mañana? No sé, el punto es que debí de haber aprovechado las horas de sueño y dormir todo lo que pudiera porque hoy mi turno es de noche. Y odio los turnos de noche.
Dejo de pensar en trabajo cuando veo a Alejandro estirarse. Su espalda se tensa, sus músculos se contraen y se marcan y yo... yo creo que estoy en el cielo viéndolo de esa forma. Ale sin duda podría ser uno de esos cuadros preciosos que Kinleigh hace cuando se aburre.
—¿Qué tanto le dices a Elliot?
Deja de murmurar y se gira para verme. Su mirada sorprendida me hace reír.
—Nada —sonríe con fingida inocencia —. Me acercaría y te daría un beso de buenos... buenas tardes, pero las manos me huelen a mierda.
Hago una mueca y me cubro casi todo el rostro con la sábana.
—Sí, eso pensé —se ríe —¿Por qué no vuelves a dormir? Te recuerdo que hoy debes quedarte despierta toda la noche. —Hago una mueca —. Te despertaré cuando haga comida.
Resoplo con pesadez y me paso las manos por la cara.
—Solo si vienes a la cama conmigo un ratito más.
Alejandro sonríe y camina en dirección a la cama con las manos al aire y abiertas. Pido entre risas que ni se le ocurra tocarme con sus manos oliendo a mierda de tortuga y el muy idiota lo que hace es reírse de mí, pero va al baño a lavarse las manos mientras yo espero debajo de las sábanas de su cama.
Los ojos se me cierran y yo no lucho contra el sueño. Al menos no durante los primeros minutos, porque después, hay voces al fondo. Son distorsionadas, pero están ahí. Una de las voces es Alejandro y no se escucha feliz, la otra... no la reconozco. No hasta que Alejandro dice «mamá». Me siento en la cama como un resorte y sostengo la cobija presionada en mi pecho mientras estiro todo lo puedo la cabeza para poder ver hacia abajo. Casi me siento Elliot.
Se me revuelve el estómago al confirmar que no escuché mal.