Capítulo 1

591 51 67
                                    


CAPÍTULO 1
NORA

Alejandro me da un último beso en los labios y se deja caer sobre mi pecho, agitado, sudado y despeinado.

Yo podría perfectamente iniciar todos los primeros de enero de esta forma. ¡Qué mañana, Dios mío! Me duele hasta el alma, pero no tengo nada por lo que quejarme, al contrario.

—Adoro al Solecito —dice Alejandro contra mi pecho —. Pero agradezco que optara por irse con James.

Suelto una carcajada y paso mis dedos por su oscuro cabello humedecido por el sudor.

—No optó por irse con él, la obligué. —Sonrío triunfante —. Me parece increíble que su conexión fuese tan fuerte como para buscarse en el mismo instante, ¿no crees? —pregunto —¿Cómo sabía él que la encontraría en mi casa?

—James y yo tenemos algo en común —responde y yo frunzo las cejas —. Les prestamos atención. —Levanta la cabeza de mi pecho y me da una sonrisa ladeada —. Él sabía que el Solecito pasaba los días festivos ahí. Como yo. —Sonríe de nuevo antes de besarme.

—Bueno, ella lo hace porque somos su familia. Tú lo haces porque tu mamá te saca de quicio, incluso si no lo admites.

—Gatita... —murmura en un tono bajo, como si me estuviera advirtiendo algo.

—Es la verdad, Alejandro.

Rueda sus preciosos ojos grises y hace amago a levantarse de mi cuerpo, pero no lo dejo. Envuelvo mis piernas en sus caderas y los brazos en su cuello. Mechones rebeldes de cabello negro caen sobre su frente, la cadena de oro cuelga sobre mi rostro y su mirada grisácea pasa de la seriedad a la picardía.

—No vuelvas a mencionar a mi mamá mientras estamos así.

—¿O qué? —Enarca una ceja y me da una sonrisa ladeada. Adoro sus sonrisas ladeadas, le quitan por completo su actitud juguetona y le dan una coqueta, rompecorazones, de esas que sabes que te joden y no de manera bonita.

Pero Alejandro me ha demostrado cientos de veces que él no me romperá el corazón, que él sí me jode y de buena manera. Me ha demostrado que hace unos años lo juzgué mal y que, si alguno de los dos llegara a joder esto que tenemos, entonces sería yo. De todas formas, en un principio la que tenía miedo de darle un nombre a esto, era yo. Yo le pedí tiempo, yo evitaba reuniones familiares, yo lo evitaba a él porque me daba miedo dar más y recibir muy poco.

Alejandro Skadden vino, entró a mi vida y se quedó en ella. A pesar de mis miedos, de mis dudas y mi ignorancia hacia él. Vino, me llamó «gatita», me hizo creer que solo sería un encuentro de una noche y al final, terminé metiéndolo a escondidas de Kinleigh a nuestra casa, contándole mis más grandes miedos, llevándolo a mi casa y diciéndole «te amo». Me enseñó a confiar y me demostró que «paciencia» sí era parte de su nombre. Sonrío, aún viéndolo a los ojos y jugando con los vellitos de su nuca.

—¿De qué te ríes?

—Una vez le dijiste a Leigh que no tenía que preocuparse porque yo necesitara tiempo —asiente —, dijiste que eras paciente y luego dijiste que la palabra «paciencia» era tu segundo nombre.

Se ríe. Su manzana de Adán se mueve y su cadena se mece de adelante hacia atrás por su cuerpo siendo sacudido por la risa.

—Sí —susurra —. Soy paciente. —Gimo con suavidad cuando se roza contra mí —. Y por ti sería paciente toda la vida, Nora Davis.

Querida NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora