Carta #72

7 3 0
                                    





Dificultades...



Dejar la ciudad me resultó una buena idea. Regresar a mi verdadero hogar, con la gente que me quería, ayudaría a que mi vida dejara de caerse en pedazos, al menos solo por unos meses. Pero mi corazón aún seguía esperando tu regreso. Negarme rotundamente a aceptar que esto era una ruptura oficial se había convertido en mi realidad. Todo el mundo tenía peleas, y nosotros no tuvimos muchas de esas. Esa era mi razón para creer que regresaríamos, que todo volvería a ser como antes. Por eso me llevé conmigo ese suéter incapaz de perderse y otras cosas que aún tenían tu perfume impregnado en ellas.

A medida que el avión avanzaba, caía en cuenta de que estaba llegando a Italia. Mis padres no estaban enterados y explicar todo me lastimaba más que solo extrañarte todo el día. Inventar una excusa sería una salvación o... bueno... ignorar sus preguntas era lo mejor.

Pero no lo fue. A pocas horas de vuelo y ver que mis padres saldrían a una cena con amigos me dio un respiro, uno malo. Me derrumbé aún más. Seguía cayendo en dirección al piso, mis ojos estaban hinchados y rojos por llorar tanto, y ya no tenía voz. Era como estar en silencio, provocándome aún más desesperación. Iana lo sabía. Tarde o temprano, cuando se dieran la vuelta, estaría por alguna parte de la casa llorando sin consuelo alguno, recordando una y otra vez.

Iana vino a verme esa noche. Al entrar, me encontró en el suelo, abrazando mis rodillas, con ese suéter viejo tuyo que me negaba a quitarme. Se sentó a mi lado y me abrazó.

—Maya, ¿por qué sigues aferrándote a esto? Nils no vale tu sufrimiento —susurró mientras me acariciaba el cabello.

—Lo sé, Iana. Pero no puedo evitarlo. Siento que si lo dejo ir, perderé una parte de mí misma —respondí con la voz quebrada.

Iana suspiró y se quedó en silencio un momento. Luego, con un tono más firme, agregó:

—Maya, él no te merece. Todo lo que hizo fue llenarte de promesas vacías y romper tu corazón. Mereces a alguien que te valore de verdad, no a alguien que te deje hecha pedazos.

Sus palabras resonaron en mi cabeza. Quería creerle, pero la herida seguía demasiado abierta. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas fluyeran nuevamente.

—Iana, ¿crees que algún día podré dejar de sentirme así? —pregunté, buscando un rayo de esperanza.

—Sí, Maya. Pero necesitas darte la oportunidad de sanar. Deja de aferrarte a los recuerdos y empieza a crear nuevos. Sé que es difícil, pero estoy aquí contigo —dijo mientras me daba un apretón en el hombro.

No podía evitar pensar en las veces que me habías hecho sentir insuficiente, en cómo me habías mentido y luego te habías ido como si me hubieras hecho un favor. Me dolía, pero Iana tenía razón. Debía encontrar la manera de dejarte ir, de avanzar.

Más tarde esa noche, Iana me trajo helado y nos pusimos a ver películas. Mientras nos reíamos de las escenas más tontas, ella aprovechó para hacer chistes sobre ti, tratando de arrancarme una sonrisa.

—¿Sabes, Maya? Nils siempre bailaba como si estuviera peleando con un pulpo invisible. Creo que hasta el pulpo bailaría mejor que él —dijo, fingiendo una danza torpe.

Solté una carcajada, una verdadera carcajada, y me di cuenta de que, tal vez, había esperanza después de todo. Pero Iana no paró ahí, continuó con más chistes, bombardeándome con comentarios sarcásticos sobre ti Nils.

—¿Recuerdas aquella vez que intentó cocinar? Creo que hasta el perro se negó a probar lo que hizo. Y su sentido de la moda, Maya, por favor, ¿quién usa calcetines con sandalias y cree que está a la moda?

Me reí aún más fuerte, casi atragantándome con el helado. Iana siguió sin piedad.

—¿Y qué me dices de su risa? Sonaba como un pato asustado. Nunca supe si debía reírme con él o llamar a un veterinario.

El ataque de risa fue inevitable. No podía parar de reír, las lágrimas de tristeza se mezclaban con las de risa. Iana me observaba con una sonrisa triunfante, satisfecha de haber logrado animarme.

—Gracias, Iana. Realmente necesitaba esto —dije entre risas y sollozos.

—Siempre, Maya. No dejaré que alguien como Nils arruine tu sonrisa. Y si tengo que hacer chistes malos sobre él hasta que te hartes, lo haré —respondió, dándome un abrazo.

Con Iana a mi lado, sabía que podría superar esto.

<<Abrasar el piso es bueno>>

No somos y no seremos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora