Capítulo 1

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Me dijeron que contara hasta diez, en mi cabeza, que solo yo necesitaba repetirme la cuenta hasta que me tranquilizara.

Dijo que sirve igual cuando estás enojado, nervioso o asustado. Se supone que ayuda a calmarse y a razonar antes de hacer o decir algo que podría estar equivocado, o bien, empeorar las cosas.

Creo que, a veces, no hay manera de que se ponga peor.

No he ido más allá del 10, pero ya pasé por ahí como cuarenta veces.

El piso blanco bajo mis pies está sucio por la tierra en mis zapatos.

Levanté la vista para mirar la blancura del lugar y creí que me dirían que limpie lo que ensucié.

Un hospital siempre debe estar reluciente.

Cuando la mujer de la recepción me sonrió, bajé la vista al suelo nuevamente. Fruncí el ceño cuando todo el cuello me dolió.

Quiero ir al baño.

Me parece que son cerca de las tres de la madrugada y la silla de metal apenas la estoy logrando calentar, a pesar de la media hora que llevo aquí sentada.

Ni siquiera me puedo mover, me duele todo.

El dolor en mis muñecas no sé si empeora por las vendas o, de hecho, son lo que me ayuda a tolerarlo.

Conforme los analgésicos dejaron de hacer efecto, sentí el dolor en mi cabeza.

Tuvieron que raparme un área arriba de la oreja derecha porque tenía enterrados varios pedazos de vidrio, además me pusieron una gasa, pero no me duele más que el resto de mí.

He estado temblando sin saber muy bien por qué, no sé si por los analgésicos, los efectos del accidente o lo que estoy pensando que pasará en cualquier momento.

No escucho el ruido de la gente, de los autos afuera, ni nada. Solo quiero que me digan que ya me puedo ir de aquí.

—Liz —levanté la cabeza al escuchar mi nombre, sin reparar en la persona que me habló, quien se sentó a un lado, a lo que volteé a ver quién era. Alisson—. Le dijeron a tu papá que ya te puedes ir —dijo, mirándome.

Desvié la vista y en mi campo de visión se cruzó un letrero con la leyenda: «Maneje con cuidado».

Eso es cruel.

—¿No me puedo quedar? —pregunté al volverme a ella.

Con expresión lastimosa, negó.

—Tienes que ir a descansar, el analgésico te va a hacer dormir.

Si algo no me obliga a dormir, la verdad es que no creo que pueda hacerlo por mi cuenta.

Me quiero ir, en serio no soporto estar aquí, pero no puedo sin saber cómo está.

Han pasado más de tres horas y no han dicho nada.

He estado respirando entre las lamentaciones en mi cabeza, haciendo la cuenta que me dijo la enfermera que me atendió.

Alisson tocó mi cabeza para ver la herida.

Solo me quedé quieta.

—Estará bien —murmuró la mujer, al volver a acomodar mi cabello para no dejar tan visible la curación.

Alisson está intentando calmarme cuando es su hijo el que está debatiéndose entre la vida y la muerte.

Emití un soplido en el que pareció que estaba llorando.

—Ve a tu casa —insistió—. Te prometo que voy a avisarte cualquier cosa.

Quedándome aquí solo voy a ser una carga para ella.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora