Capítulo 8

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Creo que podía sentir los nervios en el aire, no tanto míos, sino los de todos en el aula. No es que yo no me asuste, ni que no me ponga nerviosa, más bien estoy tan desconectada de mi aquí y ahora que yo estaba muy tranquila, cuando sé que soy de los que deberían estar más preocupados.

Es que la profesora de Historia debe estar mucho más que decepcionada de todos, por los exámenes del viernes.

Llevaba un rato recargada en el escritorio, leyendo una de las pruebas, misma que bajó y nos miró.

—¿Quién dicen que les impartía clases? —preguntó.

—El doctor Mota —respondió el representante de esta clase, el único que se atrevió a hablar.

La profesora, en un gesto, expuso que no sabe quién es el doctor Mota.

Cuando el mismo chico le explicó que, si bien era un hombre muy listo, faltaba mucho y casi lo obligaron a jubilarse.

—No puedo recuperarles un año en seis meses y además cumplir con el programa, entonces van a tener que poner de su parte para entender de qué les estoy hablando. No me voy a detener en nada que no tenga que ver con mi clase.

—Eso quiere decir que no sabe —murmuró el chico detrás de mí.

—Eso quiere decir que solo me pagan por esta clase —corrigió la profesora sin mirar hacia aquí, camino a su escritorio.

La profesora utilizó el tiempo para dar sus criterios sobre la clase: no pasa lista; cualquiera puede entrar y salir, pero sin interrumpirla; no le molestan los teléfonos celulares, sino el ruido, entonces los quiere en silencio; y no está disponible los fines de semana, por ende, todo asunto con ella tiene que ser tratado en el transcurso de la semana.

Y escribió su nombre en el pizarrón, más bien porque, según ella, le fastidia cuando lo escriben mal.

Cynthia Sade.

Eran solo dos semanas para poder hacer un cambio de clase o simplemente no cursarla este semestre. Ya no puedo hacer nada, me tengo que quedar aquí.

Esa clase era la última, solo que fui a comer primero, luego, antes de que dieran las cuatro de la tarde, me dirigí a la enfermería.

Llamé a la puerta y pasé luego de escuchar el permiso, solo que, cuando entré, vi que no era ella la que estaba ahí, sino la profesora de Historia.

Me quedé de pie cerca de la puerta, a lo que ella, sentada en la silla de Carolina, despegó la vista de su teléfono y me miró.

—Carolina volverá en diez minutos —dijo.

Alcé la cabeza. Sujeté la correa de mi mochila y caminé hacia la camilla.

La primera vez que vine aquí fue cuando me desmayé y nunca supe quién me trajo. Este lugar es exactamente el mismo y Carolina sigue viéndose igual.

Según sé, tiene 28 años, en ese entonces tenía 24 y estaba haciendo residencia en esta escuela, puesto que se graduó de esta misma universidad.

Desvié la vista hacia la profesora, quien sigue con el móvil en las manos. Luce de la misma edad que Carolina.

Saqué mi teléfono cuando vibró. Era mi madre, preguntándome a qué hora voy a volver.

No estoy obligada a estar aquí, así que no tengo que quedarme. Además, estoy cansada y prefiero ir a mi casa.

Me dirigí a la salida.

—¿A dónde vas? —me preguntó.

—Volveré mañana —respondí sin voltear, camino a la salida.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora