Capítulo 5

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En cuestión de un par de semanas, me acomodé a la rutina de no faltar a mis clases, las horas de tareas, ir a ver a Santiago los lunes, miércoles y viernes, ayudar a mamá con los quehaceres o la comida para que no reprochara que no me veía mucho en la casa y lo que más tenía que tener presente: mis notas.

Por supuesto, vi a Zu un par de veces, solo que la dieron de alta y no me pude despedir de ella. La última vez que la vi me dijo que después me diría bien a bien lo que tiene y que quería preguntarme algo.

En realidad, no hablábamos mucho de ella, era yo la que le contaba sobre mí poco a poco, de cualquier manera, lo que quería saber no se lo dije porque ni yo misma tenía la respuesta; todavía no sabía qué hacer con mi embarazo.

Mi nivel de confianza con ella llegó a que estuvo conmigo las varias veces que fui a parar a los sanitarios a devolver toda la comida del día.

Es más, me hizo el favor de decirles, a los que se dieron cuenta, que era ella la que estaba mal, para que ningún enfermero me detuviera en el hospital.

El tema de Santiago seguía en las mismas, llevaba ya casi un mes sin mostrar nada.

Había pasado todo ese tiempo escondiéndome de todos en la escuela para evitar que me preguntaran por Santiago. En realidad, ya ni siquiera yo sabía bien a bien cómo estaba, Alisson no me decía nada y creo que empezaba a perder las esperanzas.

El último sábado de julio, fui por si Alisson necesitaba algo. Desde la última visita de su familia, la cual fue un completo desastre, ella misma les pidió que no fueran otra vez a menos que vayan menos de tres personas.

Prefiere hacerse cargo por sí sola.

Me incliné hacia Santiago y le puse bálsamo hidratante en los labios. Hoy tiene el rostro algo blanco.

—Elizabeth —me habló Alisson.

—Mande —respondí con la atención en lo que hacía.

Ella se acercó para acomodarle la cánula.

—... Hablé con... —guardó silencio y negó para sí misma, luego me inyectó su mirada—. ¿Recuerdas la vez que Santiago te hizo ir a una manifestación?

—La liberación de los animales de circo, la recuerdo.

Ese día me secuestró de mi casa y, cuando me di cuenta, estábamos rodeados de manifestantes enardecidos, por una buena causa, supongo. No lograron mucho, pero sí un tráfico increíble.

—... Tú sabes que él... siempre hacía cosas por otros —continuó y no pude seguirle el paso.

—Supongo.

Santiago no era alguien que ofreciera su ayuda, sin embargo, nunca le negaba nada a nadie.

Al intentar hablar, se le fue la voz, la mirada y la energía.

Le tomó un momento mirarme y continuar, mientras yo esperaba prestándole toda mi atención.

—Firmé la autorización para donar el corazón de Santiago.

Fue mi corazón el que se detuvo.

En mis oídos se quedó un zumbido, nacido del eco de lo que dijo.

Fruncí el ceño poco a poco.

—¿Cómo? —sentí escalofríos en todo el cuerpo.

Pasó saliva, a pesar de las lágrimas en sus ojos a punto de caer.

—Hay una persona que lo necesita...

No, ese corazón tiene un lugar y está donde debe estar.

—Pero los doctores no te han dicho que esté tan mal —Alisson me miró, entonces vi el brillo correr por el iris de sus ojos y negó con la cabeza. Ya entendí—. ¿Lo van a desconectar? —murmuré.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora