Capítulo 3

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No estoy segura de cuánto tiempo llevaba sentada en el suelo, dentro del mismo cubículo de antes y cubriéndome la cabeza con ambas manos.

Aventé mi cabello hacia atrás.

Puse las manos sobre mi cara para tranquilizarme. La respiración todavía me temblaba, al igual que las manos.

Me levanté, tomé mis cosas, en el bote tiré la prueba y salí del baño.

Una enfermera pasó a mi lado a toda prisa, me golpeó el hombro y siguió corriendo. Apenas volteó un segundo para disculparse.

Mientras avanzaba hacia la habitación de Santiago, los sonidos de enfermeras apresuradas, doctores discutiendo y los lloriqueos se hacían más claros.

Creo que es Zu.

Troné mis dedos. No me atrevo a acercarme, pero me está costando mucho trabajo quedarme aquí.

No es que ella no me importe.

Durante horas, estuvieron atendiéndola y solamente me guiaba según el tono en el que discutían los presentes.

Casi hasta que amaneció fue que creo estuvo mejor.

Ya nadie gritaba.

A pesar de que el sol salió, no había ni un solo grado de calor que no fuera del aire acondicionado.

Miré hacia el pasillo durante unos minutos. Espero, con las mejores intenciones, no estén desocupando la habitación de Zu.

Al dar un paso, en la esquina vi a un hombre rebuscando en su cartera, luego se frotó la cara, en la cual emanaba tristeza y cansancio.

Ese es el padre de Zu.

El hombre me miró y pensaba irme, solo que tomé el valor que necesitaba.

—Perdón —me acerqué—, ¿es el padre de Zu? —Asintió un tanto confundido—. ¿Ella está bien?

—Sí —su voz suena tan cansada como la de ella.

Le estoy dando desconfianza, lo veo en su cara.

—Lo siento. La he visto un par de veces y espero que esté bien —preferí irme porque entiendo que me estoy viendo entrometida.

Pienso ir a su habitación, para por lo menos verla, solo que prefiero que sea cuando esté sola.

Volví con mi mamá cuando vino a dejar a Alisson y en realidad vino también por mí.

Llegué a darme un baño y, sabiendo que Lucero y mis hermanas se estaban dando vuelo en la casa que tenían para ellas solas, bajé a comer.

Le dije a Santiago que tenía un retraso, por eso nos fuimos de la fiesta, quería que me hiciera una prueba. En el camino, me reclamó no haberle dicho antes y haberme expuesto a ir a un lugar con tanta gente y alcohol.

La discusión fue la culpable de todo.

El accidente fue lo suficientemente grave como para...

Mamá puso frente a mí un vaso con jugo.

—Tu medicamento —dijo. Está muy al tanto de mis horarios y de que tome el tratamiento sin falta.

Fue eso lo que pregunté en la farmacia; si no había problema con que cualquier persona, bajo diversas condiciones, tomara cualquiera de los dos tratamientos.

Mamá se sentó frente a mí, para cortar verduras para la comida.

No tuve el valor de levantar la mirada de mi plato en todo el tiempo que estuvo ahí sentada.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora