Capítulo 63

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Estuve mirando la hora en el despertador de mi habitación, desde que dieron las doce de la noche, hasta que marcaron las seis de la mañana.

Igual lo dejé sonar, a pesar de odiar el ruido que hace.

Lo apagué cuando Dánae me gritó que lo callara.

En el baño no me tardé más de quince minutos y no es que tenga prisa, sino que no estaba pensando en el tiempo y estuve lista muy rápido.

Debo estar en el hospital a las ocho y apenas van a dar las siete.

Dánae salió al baño, solo que de regreso se quedó al verme desayunando. Se acercó a recargarse en la mesa de la cocina.

—No dormiste —aseguró.

Negué justo antes de beber del café.

A ella no le dije nada sobre que ayer hablé con Cynthia, si eso se considera como hablar, porque, cuando llegué, ella todavía no volvía. En parte por eso no me quería dormir, sino hasta que la escuchara llegar.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—Más tarde te digo —dejé la taza en el fregadero, igual que el plato y el cubierto—. Si te veo.

Puso los ojos en blanco previo a lanzarme las llaves del departamento.

Llegué muy temprano al hospital y quise aprovechar el tiempo para platicar con aquella enfermera que me hablaba de sus hijos.

En aquel momento no le presté atención, gesto del que me arrepentí cuando entendí que ella entró al hospital para que pudieran atender a su hijo con parálisis.

Cuando me dijo el nombre del muchacho, lo recordé. Lo estoy esperando para darle terapia de lenguaje.

Me lo van a dar en dos semanas, para eso era el curso que tomé precisamente.

Y cuando salí del cuarto donde estaba platicando con la enfermera mientras la acompañaba a desayunar, al pasar por Administración, vi a Carolina.

Me hizo sentir incómoda la sonrisa con la que me saludó.

No debería estar molesta con ella, no tengo motivos, pero lo estoy y en realidad preferiría que no me salude de esa manera.

—¿Puedo ir a perder el tiempo en tu consultorio? —preguntó.

Me crucé de brazos.

—Tengo trabajo.

—Sé que solo vienes a dar consulta y esas empiezan a las nueve.

Suspiré, para luego señalarle que fuéramos entonces.

—¿Me vas a cobrar todo el tiempo que perdía en la enfermería? —cuestioné al abrir la puerta del consultorio, para dejarla entrar primero.

—No —se echó a reír—, no acabas.

Tomó asiento en la silla y se dedicó a observar, mientras que yo fui a sujetarme el cabello.

—¿Es completamente tuyo? —curioseó y, al mirarla, supe que se refiere al consultorio.

—No, lo comparto con la psicóloga general, pero tiene permiso de maternidad.

—¿Y cuándo vas a tener uno?

Saqué la bata para ponérmela.

—Cuando me den una plaza.

—¿Quieres que te consiga una? —al mirarme, recordé esa mirada suya de que, por muy desquiciada que parezca su idea, está hablando en serio.

—Quiero una que pueda conseguir por mis propios medios.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora