Capítulo 21

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Me incliné delante de la máquina expendedora, saqué el agua helada que compré y me fui a sentar en la banca justo enfrente.

Creo que me alcanza para una galleta de arándanos.

Recargué la nuca en el respaldo y, al mirar hacia atrás, vi a la profesora Cynthia.

—¿Te sientes mal? —preguntó.

Negué y devolví la cabeza. Abrí la botella para beber un sorbo y la mujer se sentó en el espacio libre de la banca.

—Elizabeth, ¿son mis nervios o me has estado evitando?

Mantuve la vista fija en la botella, al volverle a poner la rosca.

—¿Cuándo? —mentí, porque, de hecho, sí, la he estado evitando toda la semana.

Lo que tramité fue el examen de Analítica y para eso ya habíamos quedado en que buscaría la ayuda del ingeniero Ignacio.

Creí que no se había dado cuenta de que el viernes me fui en cuanto la sesión terminó, el lunes no me presenté y hoy me vino a encontrar aquí, cuando se supone debería estar en su clase, pero dije que tenía que ir a ver a Carolina. Es evidente que mentí.

Suspiré.

—De acuerdo, fue usted la que dijo que yo le interesaba, ¿tiene idea de todo lo que eso podría significar?

—Significa lo que dije —su tono serio me empezó a poner nerviosa.

—¿Puede ser más clara? —me ofusqué un poco.

—Te lo puedo explicar, pero no aquí.

Una vez más, emití un suspiro. Aquí no hay nadie más.

—¿Dónde entonces?

—En una cita.

—¿Una cita? —pregunté, a lo que ella asintió, perfectamente tranquila.

—Elizabeth, te estoy invitando a salir.

Mi corazón se aceleró y por eso es que no pude responderle, no fue por haber escuchado que alguien dijo su nombre a lo lejos.

Aventé la cabeza hacia atrás y la agité para que mi cabello dejara de estorbar.

Inhalé y exhalé por la boca.

Era la maestra Karla, quien, una vez cerca, nos miró a ambas y luego me sonrió.

—Hola... —me habló—. ¿Elizabeth?

—Sí —respondí.

—Chiquita, ¿me permites un momento? —me está pidiendo que me vaya.

Miré a la profesora, regresé a la maestra y meneé la cabeza, intentando decir que no.

—Por supuesto, con permiso —me puse de pie.

Preferí irme a hacer más embarazoso el momento. Esa mujer me dijo «chiquita».

Ya no tenía nada más que hacer aquí, entonces me dirigí a la salida.

—¡Oye!

Por instinto, abracé mi mochila y metí la mano en la ranura trasera donde guardé el gas pimienta.

Me relajé cuando vi a Dánae, le brillaban los ojos y estaba temblando de emoción.

—¡¿Qué?! —pregunté ansiosa, porque no sé si le pasó algo.

Respiró hondo.

—Hace rato —habló tranquila, pero con una sonrisa de que algo bueno tenía preparado—, estaba con... un amigo —divagó—, en su auto, y enfrente estaba el auto de Sade.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora