Capítulo 56

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Al llegar a la clínica, pasé primero por la recepción, luego fui al pasillo de Psicología, entré al consultorio del fondo; cerré la puerta; giré la silla frente al escritorio y puse mis cosas ahí.

Fui al casillero a tomar la bata, misma que sacudí antes de ponérmela.

Sujeté mi cabello, para luego poner las manos en mi cintura y mover el cuello, de lado a lado, hasta que mi espalda tronó.

Salí de regreso con la secretaria.

—Su cita de las 10:30 no llegó —dijo.

—Me hubieras hablado para avisarme —agarré la tabla para revisar si mi salida de ayer y entrada de hoy estaban registradas en el horario correcto.

—Tiene cita hasta las once.

—¿Y esa sí va a venir? —devolví la tabla.

—Sí, está en Atención General.

—Es Karina, ¿verdad? —pregunté.

—Sí, licenciada.

—Dile al doctor Torres que quiero los registros del mes de esta niña.

—Por supuesto.

Puesto que tenía media hora, fui a conseguir un café y salí al patio trasero.

Desde ayer estuve en Atención General, en guardia, y solo me fui dos horas, de las cuales, cuarenta minutos los pasé en el tráfico.

Y hoy salgo hasta las once de la noche.

Tomé asiento en una banca, bebí del café y estiré más la cabeza.

Llevo meses tratándome la espalda y me duele solo cuando paso mucho tiempo sin dormir.

Además, duermo más en las camillas de aquí que en mi casa.

Es contraproducente.

Cerré los ojos por un momento, pero creo que me dormí, porque sonó mi teléfono, con el recordatorio de la cita de las 11.

Volví adentro, de regreso a mi consultorio.

Tocaron la puerta un segundo después de que tomara asiento detrás del escritorio.

—Adelante —dije, revisando el historial que Torres me envió.

Cuando Karina entró, sonreí al verla.

—Siéntate, por favor —le indiqué la silla al otro lado.

Karina, una niña de apenas 12 años, tiene serios problemas alimenticios y, antes de enviarla con el Nutriólogo, necesito saber de dónde viene el tema de su relación con la comida, por eso llevamos cuatro sesiones, en cuatro semanas, hablando de su familia.

Cada que viene, le firmo una orden para que pase a pesarse en Atención General.

De una semana a otra, hay diferencia de cuatro a cinco kilos, hacia abajo o hacia arriba.

Hablamos durante dos horas.

—Nunca es tarde ni muy temprano para que aprendamos lo que podemos comer y lo que no —dije—. Pero tú estás en crecimiento, entonces, ¿qué crees? —hice una mueca.

—¿Qué? —musitó algo asustada.

—Necesitamos un experto —dramaticé, cosa que la hizo reír.

—¿Quién?

—¿Quieres conocer a mi contacto? Es de los más altos influyentes.

Sonriendo, asintió.

Aventé la silla para ponerme de pie y fui a abrir la puerta.

—Por favor, señorita —le indiqué que saliera.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora