Capítulo 50

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Volvimos a Cozumel el domingo a las cuatro de la tarde, todavía teníamos tiempo porque el vuelo es a las siete, pero vinimos a comer y yo quería conocer el lugar.

Es una zona turística, entonces tampoco lo encontramos en su estado natural.

Y no me salieron baratas las pulseras que compré.

Le pedí su mano para poder ponerle la suya.

—Es de protección —murmuré, mientras se la ajustaba—, es para que nunca te pase nada. Y esta —le di la mía, para que me ayudara a ponérmela—, es de la suerte, para que siempre puedas encontrarme.

Antes de soltarme, besó mi muñeca, para luego sujetarme la mano y seguir caminando por ahí.

Tenía cosas pendientes, dejé huérfana mi cuenta bancaria y me quemé por el sol, pero, de todas maneras, fue el mejor viaje de toda mi vida.

Volvimos a las diez de la noche, no era tan tarde, en mi casa recién habían cenado y estaban todos despiertos, es más, mi papá salió a ayudarme con la maleta.

Lo que me sorprendió y preferí no decir una palabra fue cuando mi madre le dijo a Cynthia que se fuera con cuidado.

Celeste me ayudó a deshacer la maleta, al mismo tiempo que me preguntaba cómo me había ido y lo que había hecho allá.

No le conté todo, todavía está muy chiquita.

Igual me hizo compañía un rato, mientras comenzaba con las tareas que sí o sí tenía que hacer.

Yo me desvelé por todo lo que debía entregar el lunes y Cynthia sí se enfermó por no haber esperado a que su cabello se secara esa noche.

El mismo lunes, Carolina me envió con medicamento y, luego de dárselo, me quedé dormida con ella.

Cuando me desperté, ella no estaba. Primero vi la hora en mi teléfono, luego bajé de la cama y salí.

Me la encontré en la cocina, preparándose un té.

—¿Te sirvió el medicamento?

Negó.

—Me duele la cabeza.

—¿Quieres que le hable a Carolina? —subí a la silla al otro lado de la mesa.

—No, porque va a querer venir.

Estaba más ronca cuando llegué, es más, apenas escuchaba su voz.

—Ve a darte un baño y te preparo algo, pero me tengo que ir antes de que se haga más tarde.

Son casi las siete.

Mirándome, asintió.

Se llevó el té para ir a preparar el baño, entonces yo me lavé las manos e hice lo que pude por dejarle algo caliente.

No habría querido tener que dejarla, sabiendo que comería sola.

Y además de todo me fui sin un beso siquiera. Ella no quiso, para no contagiarme.

El martes fui a devolverle a Dánae todo lo que me prestó, ropa, calzado, el bloqueador era suyo y la maleta también.

Los bañadores sí eran míos, nuevos, pero míos.

—¿Vas a ir a verla, para cuidarla? —preguntó en voz baja y en un tono sugerente.

—Voy a verla, pero no me deja acercarme.

Ayer, me dormí con ella porque no se dio cuenta, pero no quería que me acercara.

—Y... —murmuró, guardando la maleta abajo del ropero—, ¿cómo va tu vida... sexual... con ella? —sonrió al voltearme a ver.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora