Capítulo 34

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El latido de mi corazón empezó a dolerme y no era por frío por lo que estaba temblando.

Ladeó la cabeza y sonrió.

No sé si eso me tranquilizó o es que mis latidos se detuvieron.

—Me da gusto verte —expresó en un tono un tanto bajo y tranquilo—, te ves bien.

Fruncí el ceño al reaccionar.

—¿Qué haces aquí?

Volteó hacia mi casa y luego volvió a mí.

—No vine a verte, no sabía que vivías aquí —se explicó.

—¿Entonces?

—Alisson me dejó quedarme unos días en su casa.

Ahora entiendo menos.

—¿Por qué?

—El hospital no me queda muy cerca.

El hospital. Alisson. Zu aquí.

Siento que tengo toda la información, solo que mi cerebro no está trabajando justo ahora.

—¿Estás mal otra vez? —me fui primero por lo importante.

—No es nada grave —sonrió—, pero he tenido algunos problemas.

Suspiré y miré hacia la calle.

—¿Qué haces aquí afuera?

—Salí a contestar una llamada de mi mamá.

Me abracé.

—¿Quieres pasar, y hablamos?

Asintió.

Primero le envié el mensaje a Noah y, luego de presentarle a Zu y pedirle que le dijera a Alisson que estaba conmigo en caso de que viniera a buscarla, subí con ella a mi habitación.

—Puedes sentarte donde quieras —dije al entrar.

Dejé el bolso en una silla, en la misma donde tomé asiento, mientras que ella se sentó en la orilla de mi cama, a los pies de esta.

—Tienes muchas cosas —señaló, observando alrededor.

—Más bien no tiro nada.

Estiró las mangas de su playera y juntó las manos entre sus rodillas.

—En serio no sabía que vivías casi puerta con puerta con Alisson.

—¿Siempre estuviste en contacto con ella?

—Mi mamá —repuso—. Se hicieron muy buenas amigas.

De haber seguido tratando a Alisson, habría estado al tanto de Zu y su estado de salud.

Creí que, ese día que la vi en el hospital, había sido la última vez que Alisson y ella se vieron.

—¿En serio no hay nada de qué preocuparse? —pregunté por sus visitas al hospital.

—No —negó, restándole importancia—, pero he tenido más arritmias que de costumbre y me van a monitorear un tiempo.

Es tema de su corazón entonces.

—¿Te costó mucho acostumbrarte? —al mirar hacia su pecho, ella bajó la mirada, luego volvió a mí.

—Bastante y más bien me acostumbré a la incomodidad.

Nunca he recibido siquiera una transfusión sanguínea, no alcanzo a imaginar lo que ella vive.

—¿Y tus padres?

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora