La música retumbaba en mis oídos mientras empujaba la puerta de la fiesta. Era sábado por la noche, y aquel loft abarrotado de gente vibraba con la energía de cuerpos sudorosos, luces intermitentes y botellas vacías por todos lados. Apenas crucé el umbral, un grupo de amigos me jaló hacia la pista de baile, y un vaso lleno de algún licor fuerte apareció en mi mano antes de que pudiera parpadear. No tenía ni idea de qué era, pero lo bajé de un trago. El ardor me quemó la garganta y me provocó una risa involuntaria.
Bailar era la única manera de sacudir las ideas que rondaban mi mente últimamente, y ese lugar era el escenario perfecto para olvidar. Me dejé llevar por el ritmo, perdiéndome en la maraña de cuerpos que se movían a mi alrededor. No me importaba quién estaba a mi lado; lo único que quería era sentir la euforia y la libertad. Alguien se acercó desde atrás, presionando su cuerpo contra el mío. Era un chico de cabello castaño, con los ojos tan brillantes como los míos por el alcohol. Sonreí y lo tomé de la cintura, moviéndonos juntos al compás de la música, y antes de darme cuenta, nuestros labios se encontraron en un beso impulsivo y sin significado.
No pasó mucho tiempo antes de que me soltara para ir por otra bebida. Apenas podía escucharme pensar con el estruendo de la música, pero eso era exactamente lo que necesitaba. A cada trago que tomaba, el caos en mi cabeza se volvía más confuso, y mi juicio se nublaba cada vez más. Bailé con chicas de vestido ajustado y labios rojos, y con chicos de chaquetas de cuero que reían con facilidad. Besé a una chica alta con un piercing en la lengua, y luego a un chico de ojos verdes que sabía a menta y cigarrillos. La noche era un borrón de rostros, risas y bocas ansiosas.
Había perdido la cuenta de cuántas veces mis labios se habían encontrado con los de alguien más. Para cuando alguien me ofreció un trago nuevo, uno fuerte y dulce a la vez, mi memoria ya era un rompecabezas con piezas perdidas. Después de eso, lo último que recuerdo claramente es estar bailando encima de una mesa, rodeado de un círculo de personas que vitoreaban. Mi visión se volvió borrosa y, finalmente, se apagó por completo.
Desperté el domingo por la tarde en el mismo loft.
La fiesta seguía, aunque de manera más lenta y dispersa.
Las ventanas estaban abiertas, dejando entrar el aire frío para mitigar el olor a alcohol y sudor. Me dolía la cabeza, pero no lo suficiente como para detenerme. Alguien me pasó una botella de vodka, y sin pensarlo dos veces, le di un buen sorbo. La sensación de embriaguez volvió a mí, y pronto me vi en la pista de baile otra vez, aunque esta vez no era tanto por la euforia, sino más bien para escapar de la desagradable sensación de resaca que comenzaba a arrastrarse por mi cuerpo.
El día transcurrió como un bucle eterno de baile, risas y tragos. En un momento, conocí a una chica rubia, con un vestido negro y corto que resaltaba sus piernas largas y torneadas. Se llamaba Valeria, o al menos eso dijo. Me reí por alguna broma que no recuerdo y, de alguna manera, terminamos besándonos. No había nada más que pensar. Solo dejé que el licor me guiara y me sumergí en el deseo que ella parecía compartir.
Hacia el final de la tarde, le sugerí que fuéramos a mi casa. Ya no tenía sentido quedarnos allí cuando podíamos estar más cómodos en un lugar menos caótico. Ella accedió con una sonrisa traviesa, y pronto nos encontramos tambaleándonos por las calles en dirección a mi departamento.
Apenas cerramos la puerta detrás de nosotros, nos lanzamos el uno sobre el otro. Me dejé caer en la cama, y lo siguiente que recuerdo fue el sonido de su respiración mientras dormía a mi lado.
El lunes por la mañana, el dolor de cabeza era casi insoportable. Sentía la boca seca y el estómago revuelto.
Parpadeé varias veces para ajustar mi vista a la tenue luz que se filtraba por las cortinas.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
