Habíamos terminado el tercer año de la carrera, y esa sensación de alivio y logro se mezclaba con la emoción de estar cada vez más cerca de la tan ansiada libertad universitaria. Sigma había organizado un almuerzo para celebrar, y nos reunimos en uno de nuestros cafés favoritos, un lugar modesto con una terraza amplia y mesas de madera que crujían con cada apoyo.
Dazai, con su eterna sonrisa pícara, llegó primero y saludó a todos con un aire teatral, mientras Chuuya resoplaba en exasperación fingida. Atsushi y Akutagawa mantenían su típica dinámica: un equilibrio entre la competencia y la complicidad que solo ellos entendían. Yo, en medio de ellos, sentía una corriente de energía y felicidad que pocas veces experimentaba, como si todos los problemas que rondaban mi cabeza quedaran difuminados por un día.
Comimos, reímos y recordamos anécdotas del último año: las noches de estudio interminables, las escapadas espontáneas al río, los exámenes que parecían imposibles y que de alguna manera superamos. Cada conversación fluía con la ligereza que da la certeza de que todos compartíamos un lazo inquebrantable, una amistad forjada en los altibajos de la vida universitaria.
Al caer la tarde, decidimos dar un paseo por el centro de la ciudad, perdiéndonos en las calles llenas de vida, con músicos callejeros tocando melodías que daban un fondo perfecto a nuestra celebración. Nos detuvimos frente a un grupo que tocaba una canción familiar, y sin pensarlo, Chuuya se unió con un paso de baile improvisado, arrancando carcajadas de todos. Incluso Akutagawa esbozó una sonrisa fugaz que desapareció tan rápido como había aparecido, pero era suficiente para saber que él también disfrutaba el momento.
Cuando la noche comenzó a desplegar su manto estrellado, decidí que era hora de cambiarme antes de la gran fiesta que Tetchou había anunciado. Sigma, siempre atento, me ofreció ir a su casa, recordando que solía dejar ropa allí para emergencias como esta.
Nos despedimos del resto, prometiendo vernos en unas horas, y Sigma y yo caminamos en dirección a su apartamento, hablando sobre lo emocionados que estábamos por el verano que se avecinaba.
Una vez en su casa, el ambiente se sintió cálido y acogedor. La familiaridad de las paredes llenas de recuerdos compartidos me hizo sonreír. Sigma me dejó un espacio en el baño mientras él se ocupaba de arreglar algunas cosas en la sala. La ducha caliente fue un bálsamo para los músculos tensos por la emoción del día.
Mientras el agua caía sobre mí, comencé a tararear una de las canciones que habíamos escuchado en la calle, dejando que la calidez borrara cualquier rastro de la conversación tensa con Fyodor más temprano.
Al salir, me envolví en una toalla y me miré en el espejo, dejando que la realidad del día me invadiera. A pesar de todo, estaba decidido a disfrutar el momento.
Me dirigí al cuarto de Sigma para cambiarme y, al entrar, me sorprendió verlo de pie, con una expresión neutral en su rostro, sosteniendo mi teléfono.
—Nikolai te llamaron y...—dijo Sigma, extendiéndomelo con una mezcla de preocupación y curiosidad. Era Fyodor.
Sentí cómo la ligereza del momento se disipaba, reemplazada por una tensión que no esperaba. Pero, en un gesto que me sorprendió hasta a mí, solté una risa que sonó más real de lo que esperaba y negué con la cabeza.
—Dile que no estoy, Sigma —murmuré, mi voz cargada de una determinación inesperada. Hoy, la noche era para mí y mis amigos.
Lo demás podía esperar.
Sigma frunció el ceño ligeramente, pero obedeció. Se llevó el teléfono al oído y, después de una breve pausa, dijo:
—Lo siento, Fyodor. Nikolai no puede hablar ahora. Que pases una buena noche.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
FanfictionA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
