📚Capítulo 54📚

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El amanecer en Hawái era suave, casi etéreo, como si el mundo entero se hubiera puesto de acuerdo para regalarme este instante. Los primeros rayos de luz se filtraban a través de las cortinas ligeras de la habitación, tiñendo las paredes de un dorado cálido. El aire era fresco, con el aroma del océano colándose a través del balcón abierto, acompañado del susurro de las olas rompiendo suavemente contra la orilla.

Abrí los ojos lentamente, sintiendo el peso cálido y reconfortante sobre mí. Ahí estaba él, Fyodor, abrazándome como si fuera lo único que le anclara al mundo. Su cuerpo desnudo descansaba sobre el mío, cubierto apenas por una suave sábana que nos envolvía en nuestra pequeña burbuja de tranquilidad. Una de sus piernas estaba enredada con las mías, mientras su brazo rodeaba mi torso, con sus dedos descansando perezosamente en mi costado. Su rostro estaba apoyado contra mi pecho, y podía sentir su respiración acompasada, tranquila, como si en este momento todo estuviera bien.

Mis manos, como si tuvieran voluntad propia, comenzaron a deslizarse con cuidado por su cabello. Era suave, más de lo que uno imaginaría al verlo siempre tan perfectamente peinado. Había algo casi mágico en esa textura entre mis dedos, como si acariciarlo pudiera calmar no solo a él, sino también a mi propio corazón. Cada tanto, mi pulgar rozaba con ternura la curva de su frente, queriendo memorizar cada detalle.

Mantenía mi mirada fija en el balcón, observando cómo la luz del día creaba reflejos danzantes en las cortinas. No había ruido alguno dentro de la habitación, salvo el acompasado ritmo de nuestras respiraciones. Sigma no estaba; recordé que había decidido quedarse con Akutagawa y Atsushi la noche anterior. Esa pequeña revelación me hizo sonreír. Esta vez no había interrupciones, ningún comentario oportuno de Sigma para sacarme de mi ensimismamiento.

Fyodor y yo. Solo nosotros. Y, por primera vez en mucho tiempo, eso era suficiente.

Mis pensamientos vagaron, perdiéndome en la marea de emociones que él siempre traía consigo. Cómo habíamos llegado a este punto, después de tantas palabras no dichas, tantos silencios que habían amenazado con devorarnos. Recordé sus miradas frías y calculadoras, las veces que había querido acercarme y me había encontrado con un muro imposible de escalar. Pero también recordé los momentos como este, donde sus ojos decían más que cualquier palabra. Momentos donde su frágil vulnerabilidad quedaba al descubierto, como un rayo de sol colándose entre las nubes.

Un movimiento suave me sacó de mi ensueño. Sentí cómo Fyodor se removía ligeramente sobre mí, su brazo tensándose por un momento antes de relajarse nuevamente. Bajé la mirada y me encontré con sus ojos, todavía algo pesados por el sueño, pero brillando con esa intensidad tranquila que era tan única de él. Estaba despierto, mirándome, su cabeza todavía apoyada en mi pecho.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro sin que pudiera evitarlo. Me incliné ligeramente y deposité un beso suave en su frente, dejando que mis labios descansaran un momento más de lo necesario.

—Buenos días, Feyda,—susurré, mi voz apenas un murmullo que se perdió en el espacio entre nosotros.

Su sonrisa, pequeña pero sincera, fue su respuesta inicial. Luego, como si esa pequeña curva de sus labios no fuera suficiente, se acomodó nuevamente contra mi pecho, dejando escapar un suspiro que parecía arrastrar consigo todas las preocupaciones del mundo.

—Buenos días, Kolya,—dijo finalmente, su voz ronca por el sueño, pero con una calidez que hizo que mi corazón diera un vuelco.

Mi mano continuó acariciando su cabello mientras mi otra mano descansaba en la curva de su espalda. No hablé de inmediato, simplemente disfruté de la sensación de tenerlo así, tan cerca, tan real. Era un privilegio que no pensaba tomar a la ligera.

📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora