📚Capítulo 51📚

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Después de estar un rato más en la playa pensando en los detalles y regalos fuimos a una librería que había en la ciudad donde hubo una firma sobre un libro que sabría que le gustaría a Fyodor y después de horas en la interminable fila, sostuve con cuidado el objeto de mi misión: una edición especial de Los hermanos Karamázov. Tenía una encuadernación de terciopelo azul oscuro con detalles dorados en el lomo y una sobrecubierta ilustrada con un retrato sobrio. 

Lo más valioso era que la edición incluía un prólogo único del académico que había encabezado la firma, un detalle que Fyodor sin duda apreciaría. Había algo irónico en regalarle un libro con su propio nombre grabado en cada página, pero sabía que este gesto sería significativo para él.

La espera había sido agotadora. Desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche, entre empujones y conversaciones ajenas, pero ahora, mientras caminaba hacia el hotel con el libro cuidadosamente guardado dentro de mi chaqueta, todo parecía valer la pena. 

Fyodor adoraba este libro desde siempre; recordaba cómo solía recitar párrafos enteros de memoria, con esa voz serena que hacía que todo sonara trascendental. Este regalo sería mi primer paso hacia él, mi manera de recordarle cuánto lo conocía y cuánto me importaba.

El libro estaba cuidadosamente envuelto en papel negro mate, con una sencilla cinta dorada rodeándolo. No era ostentoso, pero tenía un toque de elegancia que sabía que Fyodor apreciaría. Estaba guardado dentro de mi chaqueta, justo sobre mi pecho, y con cada paso que daba hacia el hotel, sentía el peso del regalo como si fuera un recordatorio constante de la importancia de lo que estaba intentando hacer.

Cuando llegué al vestíbulo, la cena había terminado hacía tiempo. La tranquilidad de la noche empezaba a apoderarse del lugar, y un silencio casi sagrado envolvía los pasillos del hotel. Me dirigí hacia la habitación con pasos algo acelerados. Necesitaba colocar el libro antes de que Fyodor regresara.

Al abrir la puerta, encontré a Sigma tumbado en su cama con el móvil en la mano, seguramente viendo algo que lo entretenía, porque apenas levantó la vista al oírme entrar.

—¿Dónde está Fyodor? —pregunté mientras cerraba la puerta detrás de mí.

Sigma dejó el móvil a un lado y me miró con algo de cansancio.

—Salió a dar un paseo por el hotel. Dijo que necesitaba despejarse. ¿Por qué? ¿Qué traes ahí? —preguntó, señalando mi chaqueta.

Sonreí un poco, sacando el libro de su escondite con cuidado.

—Es un regalo para él. Lo estuve buscando toda la tarde. Una edición especial de Los hermanos Karamázov. Voy a dejarlo debajo de su almohada. Es parte de un plan para... bueno, ya sabes.

—¿Un plan? —preguntó Sigma, alzando una ceja, claramente interesado.

Me acerqué a la cama de Fyodor, levanté la almohada con cuidado y coloqué el libro allí, asegurándome de que quedara bien oculto. Volví a poner la almohada en su lugar como si nada hubiera pasado.

—Sí, un plan. Voy a intentar que vuelva a confiar en mí, que vuelva a... bueno, que vuelva a quererme como antes —admití en voz baja. Me volví hacia Sigma, quien ahora estaba sentado, mirándome con los brazos cruzados.

—¿Y cómo planeas hacerlo? ¿Solo con un libro? —preguntó, aunque no de forma maliciosa. Parecía más curioso que otra cosa.

Suspiré y me dejé caer en la silla más cercana.

—No es solo el libro. Es un comienzo. Hay más cosas que quiero hacer. Detalles, gestos, cosas que le recuerden que me importa, que siempre me ha importado. Esto no es solo por él, también es por mí. Necesito que sepa cuánto lo amo y que estoy dispuesto a cambiar si eso significa que podemos estar bien otra vez.

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