El lunes había llegado como un ladrón, robándonos el descanso sin previo aviso. Sentí el timbre del despertador rasgando el aire, y mi cerebro, apenas despierto, intentó procesarlo mientras una única palabra formaba en mi mente: "No". Aún envuelto en la suavidad de las sábanas y en el calor que compartía con Fyodor, me negué a aceptar la realidad. La tranquilidad que habíamos compartido este fin de semana era demasiado buena como para que terminara así, con una simple alarma.
Abrí los ojos, sólo un poco, y me encontré con la oscuridad de la habitación iluminada apenas por las débiles luces del amanecer que se colaban por las cortinas. Con mis brazos rodeándolo, me encontraba pegado a él, mi cara oculta en el hueco de su cuello, mi pierna descansando sobre las suyas. Si pudiera, me quedaría así para siempre, enredado en su calor y en su perfume. No quería enfrentar el mundo. No quería enfrentar la semana, el día, ni siquiera la siguiente hora.
Fyodor se movió apenas, y sus dedos apagaron la alarma con un leve y decidido movimiento. El silencio volvió a inundar la habitación, pero ya no podía ignorarlo. Había despertado.
—Kolya —murmuró Fyodor en su tono bajo y habitual, con esa calma que a veces resultaba irritante, pero que hoy me resultaba casi insoportable porque rompía la paz del momento. Su voz tenía un toque de severidad, pero a mí me bastaba con que dijera mi nombre para hacerme sentir completo, como si la mañana, los días, no fueran más que un preludio para escuchar esa palabra en sus labios.
—No, Dos-kun —contesté, apretando los ojos y escondiéndome más en su cuello como un niño pequeño que se rehúsa a abandonar la cama—. No quiero, no me importa que sea lunes.
Sentí el suspiro leve que salió de sus labios, esa casi imperceptible señal de exasperación que usaba conmigo. Pero él también permanecía inmóvil, y por un instante me hice la ilusión de que tal vez no se movería, que tal vez me concedería ese día, uno más, para quedarnos aquí encerrados en este refugio que habíamos creado el fin de semana.
Era como si todo lo que habíamos hecho este fin de semana fuera sólo para nosotros. No habíamos pensado en la universidad, ni en los estudios, ni en sus obligaciones. No había necesidad de fingir, ni de mantener nuestras barreras. Habíamos cocinado juntos, sus manos enseñándome cómo no arruinar la salsa que estábamos preparando, su mirada crítica cuando intentaba hacer algo a mi manera. Nos habíamos reído, y él incluso se permitió sonreír abiertamente cuando le salpicó un poco de harina en la nariz. Habíamos compartido las noches, como si el tiempo no existiera y cada instante no fuera más que la prolongación del otro. Fyodor me cuidó después de lo que había pasado el viernes, como si cada gesto suyo dijera "estoy aquí", con esa firmeza que tanto me desarmaba.
Finalmente, él rompió el silencio.
—Nikolai —repitió, ahora en tono más firme—, es lunes. Tienes clases que atender, y yo también. Recuerda que soy el profesor, y que no tengo excusas para faltar.
Su voz era como un recordatorio de que la realidad seguía ahí, esperando para atraparnos. Abrí los ojos completamente, y lo miré con una mezcla de súplica y frustración. No había rastro de la suavidad que habíamos compartido hace apenas unas horas, y ver cómo volvía a su habitual frialdad me provocó una especie de tristeza inexplicable.
Fyodor me miraba fijamente, sus ojos oscuros brillando con ese toque de impaciencia que me hacía querer provocarlo aún más.
—Vamos —murmuré, formando un puchero en mis labios y apoyando mi mano en su pecho con suavidad—. Di que estas enfermo. No te pueden obligar a ir si tengo una excusa médica. ¿Quién va a dudar de ti si les dices que necesito descanso?
Él me miró con esos ojos que parecían atravesarme el alma. Podía ver que estaba tratando de mantenerse serio, pero sus labios formaron una ligera curva, como si intentara no dejarse llevar por mis juegos. Aún así, negó con la cabeza, mostrando un toque de frustración y cariño en su expresión.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
FanfictionA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
