Una semana había pasado desde aquella noche con Dazai. Una semana llena de borracheras solitarias y recuerdos que se volvían más insoportables conforme el tiempo avanzaba. El whisky ya no tenía el mismo sabor; lo tomaba por costumbre, por esa necesidad de sentir algo, de adormecer mi mente que no dejaba de martillarme con imágenes de Fyodor, con sus palabras, con lo que habíamos sido... y lo que nunca seríamos. Ya ni siquiera me molestaba en pensar si estaba bien o mal.
Era julio, el verano estaba en pleno apogeo. La ciudad se sentía sofocante, llena de ruido, pero yo solo podía escuchar el eco de mi propia miseria. Estaba tumbado en mi cama, la ventana ligeramente abierta para que el calor de la tarde entrara en la habitación, como si el mundo entero estuviera aguardando que yo reaccionara. Pero ahí estaba yo, atrapado en un círculo de autocompasión, lamiéndome las heridas como un animal herido que no sabe cómo escapar de su propia jaula.
Mi teléfono estaba apagado desde hacía días. No quería hablar con nadie. Ni con Dazai, ni con nadie más. Todo lo que necesitaba era silencio, soledad. Pero esa tarde, no sé por qué, decidí encenderlo. Quizás esperaba que algo, algo en esa pantalla, me sacara de mi letargo. Pero no fue así. Al momento de encenderlo, la luz azul de la pantalla me cegó un poco, y justo cuando me estiraba para alcanzar el teléfono en la mesa de noche, vibró, interrumpiendo el eco vacío de mi mente.
Miré el nombre que apareció en la pantalla: Jack. El maldito Jack, el tipo de las peleas clandestinas. Debería haberlo ignorado, dejarlo sonar hasta que se apagara solo. Pero en ese momento, me pareció casi gracioso que alguien se tomara la molestia de llamarme. No esperaba que nadie lo hiciera, mucho menos él.
Suspiré y tomé el teléfono entre mis manos, alzándolo con desgano. Me tiré de nuevo sobre la cama, mirando al techo mientras apretaba el auricular con la cara. Sabía lo que vendría. Siempre lo mismo.
-¿Qué quieres, Jack? -dije, mi voz sonaba áspera, cansada, pero decidí contestar solo por costumbre.
Al otro lado de la línea, Jack no perdió el tiempo. Su voz grave y rápida llenó el espacio entre nosotros.
-Tío, este asunto es diferente. -Lo noté nervioso, un tanto acelerado. Jack nunca era así, lo que me hizo levantar una ceja. La ansiedad era palpable en su tono.- Nos chaparon el garito, tío. La policía, ya sabes. Pero hemos encontrado algo mucho mejor. Las carreras de coches, tío. Fuera de la ciudad, en las afueras.
En ese momento sentí una oleada de indiferencia recorrerme. Ya no me importaban esas mierdas. Ya no me importaba ganar, perder o estar involucrado en algo que, en cualquier otro momento de mi vida, me habría hecho sentir vivo. Solo quería que el teléfono colgara, que todo volviera a estar en silencio.
-¿Y qué? -gruñí, con el teléfono pegado a mi oído. Mi tono estaba cargado de desprecio. Ya sabía lo que venía, algo sobre un evento clandestino más, más adrenalina, más caos. Eso siempre era lo mismo.
-Escucha, sé que últimamente no has estado con ganas de nada, pero hoy... hoy tenemos algo especial. -La voz de Jack ahora tenía una tensión extraña. Como si intentara venderme algo que no podía rechazar. - No hace falta que traigas nada. Nosotros te damos lo que necesites. Y lo mejor de todo, tú eres nuestro cliente más... -hizo una pausa, como si la palabra estuviera llena de algún tipo de poder- ...ganador.
Me recosté más sobre la cama, mis ojos fijos en el techo mientras escuchaba las palabras de Jack, casi como un murmullo lejano. No podía evitarlo, algo en mi interior me decía que necesitaba salir de aquí, que necesitaba salir de mí mismo por un rato. Tal vez las carreras, el ruido, la adrenalina, me harían sentir algo que ya no podía alcanzar con el pensamiento. Sabía que todo eso era solo una escapatoria, una forma de no enfrentarme a lo que realmente me estaba matando, pero me estaba cansando de esperar respuestas que no llegaban.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
