El sonido del reloj en la habitación del hospital marcaba un ritmo casi hipnótico, llenando el silencio incómodo entre los presentes. Fyodor seguía en la cama, descansando tras haber donado su sangre para salvarme. Su semblante pálido y su respiración lenta eran un recordatorio cruel de lo que había hecho por mí, incluso cuando yo apenas podía entender por qué seguía intentándolo.
El médico acababa de entrar hacía un rato para revisar cómo estábamos ambos. Me había indicado que debía seguir con las recomendaciones de mi psiquiatra, añadiendo con un tono profesional pero firme que sería mejor ajustar la dosis de mis medicamentos. No hice ningún comentario al respecto. Simplemente asentí, porque, ¿qué más podía decir? Había llegado a este punto por mis propias decisiones, aunque el precio lo estábamos pagando todos los demás también.
El médico salió poco después, dejando a Sigma, Anastasia, Fyodor y a mí en la habitación. Sigma, que no había dejado de estar a mi lado, suspiró mientras me lanzaba una mirada significativa.
—Creo que necesitas hablar a solas con él —dijo de repente, su voz suave pero insistente. Miró a Anastasia, quien estaba sentada cerca de la ventana, y le hizo un gesto con la cabeza—. Vamos a por un café, Anastasia.
Mi hermana pareció dudar por un momento, mirando primero a mí y luego a Fyodor. Al final, suspiró y se puso de pie.
—Si necesitas algo, avísame —me dijo, antes de seguir a Sigma fuera de la habitación.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, el silencio volvió a caer sobre nosotros como un peso insoportable. No sabía qué decir. Mis ojos se clavaron en mis manos, que jugueteaban nerviosas con la sábana del hospital. Fyodor, por su parte, permanecía tumbado en la cama, con la mirada perdida en el techo. Ninguno de los dos parecía capaz de romper la tensión que se había formado entre nosotros, como un muro invisible hecho de todas las palabras no dichas.
Finalmente, Fyodor giró la cabeza hacia mí. Sus ojos, aunque cansados, estaban llenos de algo que no supe interpretar del todo.
—¿Por qué? —preguntó en voz baja, apenas un susurro, pero lo suficientemente claro como para perforar el silencio.
Mi garganta se cerró de inmediato. Sabía a qué se refería, pero fingí no entender.
—¿Por qué qué? —respondí, mi voz temblorosa traicionando mi intento de mantenerme neutral.
Fyodor suspiró y cerró los ojos por un momento, como si estuviera reuniendo fuerzas para continuar.
—¿Por qué intentaste...? —No terminó la frase, pero no hacía falta. El peso de sus palabras quedó flotando en el aire entre nosotros.
—Fui a tu casa —dije finalmente, mi voz saliendo baja, casi un susurro. Sabía que no podía mentirle, no después de todo esto—. Escuché lo de Iván. Escuché lo que pasó entre ustedes.
Vi cómo Fyodor parpadeaba lentamente, su expresión permanecía neutra, pero algo en su mirada cambió, como si cada palabra que decía fuera desgarrándole por dentro.
—Pensé que... pensé que era cierto lo que decían. Que ustedes... —mi voz se quebró un poco, pero me obligué a seguir—. Pensé que tú estabas mejor sin mí. Que tú y él...
Me callé, mordiéndome el interior de la mejilla para no decir más de lo que ya estaba saliendo. Pero Fyodor no parecía sorprendido. De hecho, su rostro estaba casi resignado, como si ya hubiera escuchado esa acusación antes, quizás de sí mismo.
—Nikolai... —empezó, pero lo interrumpí antes de que pudiera continuar.
—No, déjame terminar. —Mis ojos se encontraron con los suyos, y lo vi vacilar por un momento. No era habitual verlo así, tan frágil. Fyodor siempre había sido la persona más imperturbable que conocía, pero ahora parecía roto.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
FanfictionA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
