Era el día de la cena, y si hubiera sabido cuán estresante sería este maldito evento, probablemente me habría quedado en mi habitación a dormir hasta el último segundo. Ayer, habíamos recibido el último regalo, y aunque la situación era más relajada, las palabras entre Fyodor y yo habían sido amables. Había algo en el aire que lo hacía diferente, como si todo lo que había pasado ya no importara, al menos por ahora.
La tarde la habíamos pasado juntos, recorriendo la ciudad, tomando fotos, riendo como si nada de lo que nos había separado alguna vez hubiera existido. No podía negar que me sentía un poco más tranquilo, un poco más en paz con todo. Al menos por el momento.
Pero hoy era diferente. Hoy, la presión se acumulaba a un ritmo que me estaba poniendo al borde de un ataque de nervios. Era el último día en Hawái, y ya nos iríamos al día siguiente en un avión, así que quería que todo estuviera perfecto. Pero, claro, no podía simplemente disfrutar de la vista y dejar que las cosas fluyeran.
No, no. Nikolai siempre tiene que hacerlo todo a lo grande, siempre tiene que añadir un millón de detalles, aunque me cueste la vida. Así que, entre mi estrés y mis esfuerzos por hacer que todo fuera perfecto, había pasado toda la mañana y la tarde preparando todo.
Me encontraba en el jardín de la suite, mirando cómo podría hacer que las luces de la cena fueran lo suficientemente bonitas para sorprender a Fyodor. Había puesto unas pequeñas notas con instrucciones, como si fuera una especie de juego para él, para que las siguiera.
Algo tonto, sí, pero... no sé, tenía la sensación de que era lo correcto. Quería que todo fuera perfecto para él, aunque me sintiera un poco idiota haciéndolo. La luz del atardecer iluminaba el espacio con un tono dorado, y mientras pensaba en lo que me quedaba por hacer, sentí que la ansiedad comenzaba a apoderarse de mí.
—¿Necesitas algo? —me preguntó Alana, acercándose con una sonrisa tranquila.
—¿Yo? —respondí, intentando sonar relajado. Pero en realidad, mi cabeza estaba a mil por hora. —Nada, todo bien.
Mentí. Claro que no estaba todo bien. Había tantas cosas que hacer, tantas cosas que preparar. Pero no podía dejar que ella lo supiera. No quería que pensara que estaba perdiendo el control de todo esto, especialmente cuando estaba a punto de sorprender a Fyodor.
—Ok, pero yo me ocupo de las luces —dijo ella, señalando los cables y las lámparas que aún estaban en el suelo, listos para ser colgados.
Fruncí el ceño, aunque intenté no mostrar el estrés que estaba sintiendo en ese momento.
—Yo me ocupo de las luces —respondí de inmediato, aunque al decirlo me di cuenta de lo absurdo que sonaba.
—¿Seguro? —Alana me miró con una ceja alzada. —Te puedo ayudar, no hay problema.
—No, no. Yo lo hago —insistí. Era lo menos que podía hacer para darme la sensación de que todo estaba bajo control. Claro que no lo estaba, pero bueno, ¿quién iba a saberlo?
Me sentí aún más presionado cuando ella se alejó, y lo único que pude pensar era que tenía que hacerlo todo antes de que fuera demasiado tarde. No podía dejar que las cosas salieran mal ahora. No podía.
Entonces, cuando me di la vuelta para ponerme a trabajar, algo me pasó por la cabeza. Mi ropa. No tenía nada adecuado para la cena, nada que me pareciera lo suficientemente elegante para esta ocasión especial. Ya estaba oscureciendo, y la comida tenía que estar lista en poco tiempo.
Me llevé las manos a la cabeza, angustiado, dándome cuenta de lo absurdo que era haber dejado todo para el último minuto. No tenía ni idea de qué ponerme, y no podía dejar que Fyodor me viera con cualquier cosa. Al menos en eso tenía que hacer algo bien.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
FanfictionA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
