📚Capítulo 40📚

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Pasaron dos días desde aquella noche en la que Yuki me dejó en casa, dos días que se deslizaron como una corriente lenta y pesada. Me quedé encerrado en mi habitación, rodeado por el silencio y el parpadeo constante de la pantalla mientras veía serie tras serie. Mi cuerpo necesitaba descanso, pero mi mente era un torbellino incesante de pensamientos y arrepentimientos. No estaba bien, lo sabía, y no me importaba admitirlo al menos para mí mismo. El mundo seguía girando allá afuera, pero en mi pequeño refugio, el tiempo parecía haberse detenido.

Era temprano por la tarde cuando decidí que otro día en casa no me haría daño. Las cortinas aún estaban corridas, y la luz del sol apenas se filtraba, creando sombras alargadas en las paredes. Me recosté en el sofá, envolviéndome en una manta que había estado allí desde quién sabe cuándo. Estaba a punto de empezar otra serie cuando el sonido del timbre me sobresaltó.

Me quedé inmóvil un segundo, pensando que tal vez había imaginado el sonido. Pero ahí estaba de nuevo, insistente y claro. Fruncí el ceño, confundido. No esperaba visitas. 

Con un gruñido bajo, me levanté, dejando la manta caer al suelo y arrastrando los pies hasta la puerta.

Al abrir, lo vi: Sigma. Sus ojos me miraron con una mezcla de cansancio y determinación, y en su mano sostenía una bolsa blanca que olía vagamente a comida recién hecha. Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera evaluando si quedarse o salir corriendo. 

Antes de que pudiera decir algo, dejó caer la bolsa en mi mano.

—Comida. Come. Adiós —dijo con una voz que no dejaba espacio a objeciones, girando sobre sus talones como si el aire entre nosotros fuera denso y difícil de respirar.

Lo miré por un momento, sin saber bien qué hacer. La culpa se retorció en mi pecho, un recordatorio punzante de todo lo que había pasado. Antes de que pudiera alejarse, di un paso adelante y dije lo primero que se me vino a la mente:

—Pasa, Sigma. Por favor. Lo siento... he sido un cabrón.

Él se detuvo, aún de espaldas. El silencio se prolongó tanto que pensé que me ignoraría y se iría. Pero entonces, suspiró, un sonido bajo y resignado, y se giró para mirarme. Sus ojos, que normalmente tenían un brillo inquisitivo, estaban apagados. 

Sin decir una palabra más, dio un paso adelante y cruzó el umbral de mi casa.

Lo seguí, cerrando la puerta detrás de él. Mi corazón latía rápido, una mezcla de nerviosismo y alivio. Sigma se detuvo en medio de la sala, dejando la bolsa en la mesa sin mucho cuidado, como si la comida fuera lo menos importante en ese momento. No nos miramos a los ojos de inmediato; él parecía absorto, mirando las sombras que las cortinas formaban en la pared, y yo no sabía cómo empezar.

—Sé que lo que dije fue... —las palabras se atoraron en mi garganta—. Fue cruel. No tengo excusas. Solo... no quiero perderte, Sigma. Lo siento mucho.

Sigma permaneció quieto, con la espalda aún hacia mí. Se tomó un segundo antes de responder, su voz apenas un susurro.

—¿Sabes cuántas veces he escuchado esa disculpa, Nikolai? —Finalmente, se giró para mirarme, sus ojos buscando los míos con una mezcla de dolor y algo más profundo que no pude identificar—. Perdí la cuenta hace mucho.

Cuando escuché sus palabras, un peso invisible se asentó sobre mis hombros. Me quedé ahí, de pie en medio de mi propio salón, rodeado por el desorden de mi vida y de mi mente, incapaz de sostenerle la mirada. Un nudo se formó en mi garganta, y la culpa se retorció como una serpiente, enroscándose y apretando hasta que casi dolía.

—Lo sé, Sigma —dije, y mi voz apenas salió como un susurro quebrado—. Sé que no merezco a la gente que me rodea. Soy un imbécil, un desastre, y tengo más problemas de los que puedo contar. No dejo de cagarla, y lo siento, de verdad que lo siento, pero...

📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora