La tarde había avanzado, y la excursión, aunque fascinante, me había dejado agotado. Habíamos recorrido lo esencial de Honolulu: monumentos históricos, calles coloridas repletas de cultura local, y por supuesto, paisajes que parecían arrancados de un sueño. La guía había hecho un trabajo impresionante al mantenernos interesados, aunque, siendo sincero, parte de mi atención se deslizaba inevitablemente hacia otros asuntos, como los murmullos de Fyodor hablando con el guía o la forma en que Alana me miraba de vez en cuando.
De vuelta en el hotel, el guía se despidió con una sonrisa profesional, agradeciéndonos por haber sido un grupo "tan atento". Todos respondieron con murmullos amables antes de dispersarse. Alana se giró hacia mí, claramente más animada que durante la mañana.
—Entonces... —empezó con una chispa en los ojos—. ¿Nos vamos en cuanto estés listo?
Asentí, devolviéndole una sonrisa relajada.
—Claro, solo dame unos minutos. Voy a ducharme y cambiarme. Te veo en recepción.
—Perfecto —respondió, su tono más feliz que nunca. Se despidió con un pequeño gesto de mano y desapareció en dirección a las habitaciones del personal.
El grupo comenzó a dispersarse, cada uno dirigiéndose a sus propias actividades. Sigma, como siempre, tenía que hacer su comentario.
—Yo tengo spa ahora —dijo con ese tono despreocupado suyo, mientras subíamos juntos en el ascensor.
Su declaración pareció llenar el aire con una incomodidad palpable, al menos para Fyodor y para mí. No es que el spa fuera el problema, sino el hecho de que, al dejar claro su plan, nos dejaba completamente solos. La incomodidad entre nosotros, como siempre, se mantenía al filo de lo soportable.
Cuando llegamos a la habitación, Fyodor caminó hacia la cama con la misma calma meticulosa de siempre y se sentó, abriendo un libro sin dirigir ni una palabra en mi dirección. Yo carraspeé, más por llenar el silencio que por necesidad real, y fui a buscar ropa nueva en mi maleta.
—Voy a ducharme —dije, sin esperar respuesta mientras tomaba una camisa de lino blanca, un pantalón de tela ligero y sandalias, algo cómodo pero acorde al ambiente nocturno de la ciudad.
El cuarto de baño era mi refugio en momentos como este. Cerré la puerta detrás de mí y me permití un suspiro largo y pesado. Dejé la ropa sobre el lavabo, me despojé de la que llevaba puesta, y me metí bajo el chorro de agua tibia.
Mientras el agua caía, cerré los ojos y dejé que el cansancio del día se deslizara de mi cuerpo. Pero, como siempre, mi mente no podía quedarse en blanco. La imagen de Fyodor sentado en la cama, con su postura relajada pero rígida al mismo tiempo, invadió mis pensamientos. ¿Cómo lograba estar tan calmado todo el tiempo? ¿O era una fachada tan bien construida que incluso yo, después de tanto tiempo, aún no podía descifrarla del todo?
Me lavé el cabello y luego el cuerpo, dejando que la rutina me distrajera lo suficiente como para apartar esos pensamientos. Me sequé con una toalla rápidamente, y me vestí con la ropa que había elegido. Una última mirada al espejo para asegurarme de que estaba presentable, y volví al cuarto.
Abrí la puerta con el mismo aire despreocupado de siempre, pero en mi apuro por salir, no vi a Fyodor que estaba ahora de pie, aparentemente recogiendo algo del suelo. El choque fue inevitable.
—¿Puedes mirar por dónde caminas? —me soltó, levantando la vista hacia mí, con esos ojos violetas que siempre parecían perforarme el alma.
Me eché hacia atrás, levantando las manos en un gesto exagerado de disculpa.
—Oh, lo siento, Dos-kun. No sabía que ahora eras parte del mobiliario —dije con una sonrisa traviesa, intentando alivianar el momento, aunque sabía que lo único que conseguiría sería irritarlo más.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
