📚Capítulo 58📚

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El primer rayo de luz que entró por la ventana golpeó mi rostro con una fuerza implacable, como si el sol mismo estuviera empeñado en torturarme. Solté un quejido bajo, apenas un susurro, porque incluso mi propia voz parecía desgarrarme la garganta. Mi cabeza latía con un dolor punzante, como si un martillo estuviera golpeando desde dentro de mi cráneo.

Con mucho esfuerzo, levanté una mano temblorosa y la llevé a mis sienes, masajeándolas en círculos lentos mientras trataba de enfocar dónde demonios estaba. Mis ojos tardaron en adaptarse, parpadeando repetidamente hasta que las sombras de la habitación se hicieron familiares. Era mi habitación. Mi cama.

Giré un poco la cabeza, el movimiento enviando una nueva ola de dolor a mi cerebro, y vi un vaso de agua junto a una pequeña pastilla en la mesita de noche. Quienquiera que me hubiera dejado esto debía ser un santo, porque estaba al borde de la deshidratación. Tomé la pastilla con dedos torpes, la coloqué en mi lengua y bebí el agua en un solo trago, sintiendo cómo el líquido refrescante aliviaba un poco mi garganta seca como el desierto.

Me dejé caer contra el cabecero de la cama, cerrando los ojos un momento mientras intentaba organizar mis pensamientos, pero mi cerebro era un caos absoluto. Todo estaba borroso. No podía recordar cómo había llegado aquí, ni qué hora era.

Con un suspiro pesado, me estiré hacia mi móvil, que descansaba cerca del vaso vacío. La pantalla iluminada me golpeó como una bofetada en la cara, obligándome a entrecerrar los ojos mientras trataba de leer.

Sábado. Seis de la tarde.

Abrí los ojos de golpe, ignorando momentáneamente el dolor que causó el movimiento brusco. Seis de la tarde. Había perdido prácticamente todo el día.

Pero lo que realmente llamó mi atención no fue la hora, sino las notificaciones en mi pantalla. Diez llamadas perdidas.

Y no de cualquier persona. De Fyodor.

Sentí un nudo formarse en mi estómago, acompañado de una punzada de ansiedad que hizo que mi ya latente jaqueca pareciera peor. Mi pulgar tembló ligeramente mientras deslizaba la pantalla para revisar las horas de las llamadas. Habían sido hechas en diferentes momentos del día, comenzando temprano en la mañana y espaciándose hasta la tarde.

—Joder... —murmuré, dejando caer el móvil en mi regazo.

Cerré los ojos un momento, apoyando la cabeza contra la pared detrás de mí. Intenté recordar si algo de la noche anterior me daba alguna pista de por qué Fyodor habría intentado contactarme tantas veces, pero mi memoria era un agujero negro. Todo después de cierta hora en la fiesta estaba completamente borrado.

Con un suspiro frustrado, me obligué a levantarme, aunque cada movimiento me hacía sentir como si mi cuerpo estuviera compuesto de vidrio a punto de romperse. Me dirigí al baño, tambaleándome un poco, y me miré en el espejo.

No era una vista alentadora. Mi cabello estaba enredado, mi piel pálida, y había unas ojeras tan profundas que parecía que no había dormido en semanas. Abrí el grifo y me eché agua fría en la cara, esperando que eso aliviara al menos un poco la sensación de pesadez.

Volví a la cama, dejando que mi cuerpo cayera como un peso muerto sobre el colchón. Agarré el móvil de nuevo, mirándolo como si fuera una bomba a punto de explotar. Finalmente, abrí las notificaciones de las llamadas y deslicé hacia abajo para ver si había algún mensaje. No había ninguno.

—Bien, ¿y ahora qué? —murmuré para mí mismo.

Podía llamarlo de vuelta. Era lo lógico. Pero algo en mí se resistía a hacerlo. Fyodor no era del tipo que hacía tantas llamadas a menos que fuera algo realmente importante, y no podía evitar sentir que lo había jodido de alguna manera.

📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora