No era la primera vez que estaba en un lugar como aquel. Las luces parpadeantes y los murmullos de una multitud ansiosa se mezclaban en un ambiente electrizante, uno donde la violencia era una forma de entretenimiento y yo, inevitablemente, me encontraba en el centro de ello.
Las peleas clandestinas eran una forma de liberar la rabia acumulada, una forma de olvidar mis problemas, aunque solo fuera por un rato. Esa noche, el aire estaba cargado de tensión, el sudor y la sangre mezclándose con el olor a cigarrillos y alcohol. Era un lugar donde los sentimientos se olvidaban, donde solo contaba la fuerza, y estaba decidido a salir victorioso, como siempre.
Me posicioné frente a mi oponente, un tipo alto con una mirada desafiante. La multitud rugía, sus gritos resonaban en mis oídos, y la adrenalina comenzaba a fluir. Estaba cansado de todo: de la universidad, de las peleas emocionales que libraba en mi mente y, sobre todo, de Fyodor. Así que estaba listo para darlo todo, sin pensar en las consecuencias.
El primer golpe me llegó rápido, un puñetazo que me hizo tambalear, pero no me detuve. Desvié mi cuerpo, girando con la energía acumulada y contraatacando con un puñetazo directo en su mandíbula. El impacto resonó, y la satisfacción que sentí fue casi eufórica. La multitud aplaudía, y con cada grito que resonaba, mi rabia se alimentaba.
Los golpes fueron intercambiados con rapidez. Me movía con agilidad, esquivando sus ataques, sintiendo cómo la energía del lugar me envolvía. Fue una danza violenta, un juego que conocía muy bien. Pero esta vez, no se trataba solo de ganar. Se trataba de liberar todo el dolor que llevaba dentro.
Los minutos parecían eternos mientras los golpes se sucedían. Mi oponente no era débil, pero cada vez que me conectaba con un golpe, la euforia se intensificaba. Y cuando finalmente logré derribarlo, dejándolo inconsciente en el suelo, la multitud estalló en vítores. Me quedé de pie, respirando pesadamente, sintiendo la adrenalina aún corriendo por mis venas. Pero, al mismo tiempo, una profunda melancolía se apoderó de mí. Era solo un ciclo más de violencia que me dejaba vacío.
Salí del lugar, la risa y los gritos de la multitud desapareciendo detrás de mí. Mis nudillos estaban en carne viva y sangrantes, mal curados de anteriores peleas, pero no me importaba. Era una insignia de honor, una prueba de que había peleado y ganado. Aún así, cada vez que miraba mis manos, recordaba a Fyodor, a cómo él había intentado detenerme en el pasado, cómo siempre trataba de ser la voz de la razón.
La noche era fría, y la moto me esperaba, un refugio conocido en medio del caos. Arranqué el motor, y el sonido resonó en el aire nocturno. Me deslicé por las calles, sintiendo cómo el viento golpeaba mi rostro, una sensación de libertad que solo la velocidad podía ofrecer. Pero, a medida que avanzaba, la melancolía se intensificaba. Pensamientos de Fyodor llenaban mi mente, de su mirada profunda y de cómo siempre parecía estar allí, a pesar de que yo intentaba alejarme.
Conduje sin rumbo fijo, dejándome llevar por la carretera. La adrenalina de la pelea se desvanecía, y pronto me encontré de regreso en mi apartamento. El motor se detuvo, y el silencio del lugar me envolvió. Al bajar de la moto, noté un coche familiar estacionado cerca. Era el de Fyodor. Mi corazón se aceleró, pero intenté ignorarlo, evitando mirar en su dirección.
"No tengo ganas de lidiar con esto", pensé, tratando de convencerme a mí mismo mientras me dirigía hacia la entrada del edificio. Pero al pasar junto al coche, vi la figura de Fyodor esperando en el asiento del conductor, su expresión seria y un tanto preocupada. Un nudo se formó en mi estómago. No podía permitirme caer en esa trampa emocional otra vez.
Intenté pasar de largo, ignorándolo, como si no existiera. Pero su voz resonó en el aire, cortando la distancia que intentaba crear entre nosotros.
ESTÁS LEYENDO
📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
