📚Capítulo 76📚

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Fyodor

El olor a limón y de la sala de urgencias se impregnaba en mis sentidos, casi como un recordatorio cruel de la realidad que estaba viviendo. Frente a mí, una hilera de sillas vacías y, en una de ellas, Anastasia sollozaba. Estaba encorvada, con el rostro enterrado entre sus manos, su llanto silencioso perforaba la calma aséptica del lugar. No me atraía a mirarla, porque si lo hacía, sabía que sería incapaz de sostener el peso de su dolor.

En cambio, fijé mi atención en un punto al azar, una esquina de la habitación donde no había nada más que una pared blanca y el tenue reflejo de las luces frías del hospital. Me sentía paralizado, atrapado entre el miedo y la culpa. Nikolai estaba grave, eso lo sabía. Los médicos habían dicho que había perdido mucha sangre, que estaban haciendo todo lo posible, pero que el pronóstico era reservado.

Otra vez, por mi culpa. Otra vez, Nikolai estaba así por mi culpa.

Mis manos descansaban sobre mis rodillas, y aunque por fuera aparentaba calma, por dentro todo era un torbellino. Una y otra vez, las mismas escenas se repetían en mi mente, como si estuviera atrapado en un bucle del que no podía escapar. Cada decisión que había tomado había sido un eslabón en la cadena que ahora lo mantenía al borde de la muerte.

¡Por mi maldita culpa! 

Era un pensamiento que se incrustaba en mi mente como un clavo, profundizando con cada latido de mi corazón. 

Había pensado que irme a Yokohama había sido una decisión correcta, que alejarme habría puesto distancia entre nuestros errores, entre nuestros demonios. Pero todo lo que había conseguido era arrastrarlo conmigo al abismo. Porque, al final, todo lo que le había traído a Nikolai era dolor y sufrimiento. Desde el primer día que lo conocí, había sido así. 

Porque solo traigo desgracias cuando amo a alguien, me paso lo mismo con mi madre, por culpa de mis errores no la pude proteger a ella tampoco

Mis ojos seguían fijos en esa esquina blanca, pero no la veía realmente. Lo único que podía ver era su rostro. Su sonrisa, que siempre había sido como una chispa que iluminaba incluso los momentos más oscuros, y que yo había apagado con mis acciones. Pensé en la forma en que sus ojos, siempre tan vivos, se habían ido apagando poco a poco, hasta que la desesperación lo había llevado a esto. A estar aquí, luchando por su vida.

Sentía un nudo en el estómago, pero no me permitía exteriorizarlo. No podía. Todo lo que yo era, todo lo que había construido, dependía de mantener esa fachada de control. Pero dentro de mí, me estaba ahogando. Otra vez le fallé. Otra vez. Las palabras se repetían como un eco ensordecedor en mi mente. Podía sentir la mirada de Anastasia sobre mí entre sus sollozos, como si me culpase también, aunque no dijera nada. 

Y tenía razón. Era mi culpa.

El sonido de pasos apresurados me sacó de mi ensimismamiento. Levanté la mirada y vi a Sigma entrar en la sala. Parecía agitado, con los ojos buscando desesperadamente alguna respuesta que nadie podía darle. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, su expresión se endureció por un momento, pero luego simplemente exhaló, como si ya no tuviera energías para reproches.

Dazai, Chuuya y Alexei llegaron poco después, sus rostros cargados con diferentes matices de preocupación. Dazai estaba serio, lo cual era raro en él; Chuuya apretaba los puños como si quisiera golpear algo o a alguien, mientras que Alexei me miraba de una manera que no necesitaba palabras para transmitir lo que estaba pensando.

Sigma se acercó a Anastasia, intentando consolarla. Ella se aferró a su brazo, sollozando más fuerte, y por un momento desvié la mirada. No podía soportar verlo. No podía soportar escucharla. Porque cada lágrima que derramaba era otra carga sobre mi consciencia.

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