📚Capítulo 74📚

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Desde aquella cena, Fyodor y yo habíamos comenzado a vernos con más frecuencia. Salíamos a comer, a tomar algo, paseábamos por los jardines de la ciudad o simplemente hablábamos en algún rincón cómodo. Fyodor siempre tenía una forma de mantener las conversaciones interesantes, y esas charlas ayudaban a despejar mi mente. Era como si, poco a poco, la bruma que me rodeaba se disipara. Mis pensamientos no eran tan oscuros, y comenzaba a sentir que podía respirar un poco mejor.

Ese día, había despertado con una ligera alegría. No era una euforia desbordante, pero sí una calma acogedora. Fyodor y yo habíamos hablado de ver una película juntos, y me entusiasmaba la idea. Aún tenía las llaves de su casa, algo que me había dado hace meses cuando solíamos ser mucho más cercanos. Nunca se las devolví y él tampoco las pidió. Tal vez porque, en el fondo, ambos sabíamos que esas llaves representaban más que el simple acceso a un apartamento.

Cuando llegué a su edificio, todo estaba tranquilo. Subí los escalones con cierta energía y me detuve frente a su puerta. Giré la llave con cuidado y entré. No quería sobresaltarlo si es que estaba distraído, así que cerré la puerta suavemente tras de mí.

Sin embargo, algo me detuvo en seco. Desde el salón, podía escuchar voces. Una de ellas era inconfundible: la de Fyodor. Hablaba en un tono bajo pero firme, como si intentara contener algo. La otra voz era de un hombre, profunda y un tanto exasperada. Me quedé inmóvil por un momento, intentando descifrar lo que decían.

—Deberías irte, Iván —dijo Fyodor, su tono lleno de una calma tensa—. No voy a volver.

Sentí un nudo formarse en mi estómago. Mis pies se movieron casi por instinto, acercándome de puntillas hacia el salón. No quería interrumpir, pero algo en la situación me empujaba a escuchar más.

—No fue nada para ti esa noche, ¿verdad? —respondía el otro hombre, Iván, con un dejo de amargura en la voz.

Me detuve en seco, mi corazón latiendo con fuerza. No entendía completamente de lo que hablaban, pero las palabras eran como golpes sordos en mi pecho. Me quedé ahí, a pocos pasos de la puerta del salón, escuchando.

—Estaba borracho —dijo Fyodor, su voz más baja ahora—. Apenas llevaba horas de sueño. Ni siquiera recuerdo lo que hice o dejé de hacer.

¿De qué hablaban? Mi mente comenzó a llenarse de preguntas, de suposiciones que no quería explorar. Pero antes de que pudiera procesar lo que había escuchado, Iván habló de nuevo, su tono más agudo, más dolido.

—No sé por qué insistes con ese suicida. Todos estaríamos mejor sin él. Tú estarías mejor. Ni siquiera hubieras vuelto si no estuviera así.

El aire pareció desaparecer de mis pulmones. Sabía que hablaban de mí. Cada palabra era un puñal que se hundía más y más profundo. Mi cabeza comenzó a llenarse de ruido, un eco ensordecedor que no me permitía pensar con claridad. Quise moverme, salir de allí, pero mis pies estaban clavados al suelo.

—Eso no es así —replicó Fyodor, su voz un poco más alta esta vez.

—¿Ah, no? —Iván dejó escapar una risa seca—. Entonces, ¿qué hay de esos besos? ¿O también te los olvidaste?

El silencio que siguió fue peor que cualquier palabra. Sentí que el mundo entero se detenía, que todo lo que me rodeaba se desmoronaba. Pero entonces, Fyodor habló, y su voz era como un veneno dulce.

—No pensaba en ti cuando lo hicimos, ni cuando te besé esa noche.

Mi corazón se detuvo. No podía respirar, no podía moverme. Las palabras de Fyodor resonaban en mi mente como un eco interminable. Antes de darme cuenta, había retrocedido unos pasos, mis movimientos torpes y desesperados. 

📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora