La cafetería del campus era un lugar al que solía ir a refugiarme, al menos cuando necesitaba un descanso de las charlas absurdas de algunos compañeros o de las miradas expectantes de mis profesores. Allí, entre los olores de café rancio y las luces frías de los tubos fluorescentes, me sentaba solo en una mesa cerca de la ventana, donde la vista al patio era suficiente para sumergirme en mis pensamientos, aunque en ese momento no tenía ganas de pensar en nada en particular.
Estaba completamente absorto en el libro de psicología que tenía frente a mí, pasando las páginas con una rapidez impía mientras intentaba memorizar cada concepto, cada nombre. La exposición que tenía que dar me estaba matando lentamente. ¿Por qué tenía que ser hoy de todas las fechas posibles? Mi mente vagaba por otros lugares mientras intentaba asimilar la teoría sobre la percepción humana y la consciencia, dos temas que, si bien interesantes, parecían sacados de un manual de tortura en ese momento.
Mientras mordía el sándwich de pollo que había comprado por pura costumbre, mis ojos se movían frenéticamente sobre las palabras escritas, casi repitiéndolas en silencio. "La psicología cognitiva se centra en el estudio de los procesos mentales internos...¿Qué carajo significa todo esto?" Me encontraba atrapado en un mar de términos que no lograban anclarse en mi memoria. Me los sabía, claro, pero necesitaba encajarlos bien, como piezas de un rompecabezas. Algo me decía que si no conseguía ordenarlos, iba a hacer el ridículo frente al profesor, y prefería evitar ese tipo de situaciones a toda costa.
Sentí un pequeño golpecito en el hombro. Cuando me giré, la figura de Yuki apareció frente a mí, con una sonrisa que, en ese momento, no supe si me molestaba o si me tranquilizaba.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó, su voz ligeramente burlona.
Por alguna razón, esa pregunta me hizo sonreír, tal vez por la forma en que lo dijo, como si supiera perfectamente lo que estaba pensando, o tal vez porque le encantaba verme incómodo. En cualquier caso, la respuesta salió de mis labios antes de que pudiera reflexionar.
—Me lo sé como el Padre Nuestro —dije, dándole un toque dramático.
Yuki, sin perder un segundo, frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No te sabes el Padre Nuestro. —Se echó a reír—. ¿Cómo vas a decir eso si nunca te lo has aprendido?
Yo lo miré durante un segundo, procesando la afirmación. Tenía razón. En realidad, ni siquiera sabía de memoria una de las oraciones más comunes, pero eso no me impidió responder de inmediato.
—Pues ahora lo haré, solo para hacerte callar —bromeé, mientras intentaba no pensar en lo absurda que estaba siendo la situación.
Yuki sonrió, y en ese momento, un peso extraño se aligeró en mi pecho. No había muchos momentos así entre nosotros, si es que alguno. La historia entre Yuki y yo había sido más que complicada, y probablemente más dolorosa de lo que me gustaría admitir. Pero lo cierto era que, al menos en ese instante, no pensaba en eso. Sólo en lo que estaba frente a mí: él, allí, bromeando, igual que antes.
—Deberíamos ir a clase, ¿no? —dijo después de unos segundos, al ver que me había quedado en silencio, mirando fijamente el libro con una concentración que probablemente era más desesperada de lo que quería admitir.
Suspiré, guardando el libro en la mochila. No estaba seguro de si lo sabía como el Padre Nuestro, pero al menos podía dar una exposición decente. Quizás.
Nos dirigimos hacia el aula, y el ambiente a medida que nos acercábamos me resultaba ligeramente incómodo, como si alguien pudiera notar la tensión residual entre nosotros. Me esforzaba por mantener la compostura, sabiendo que el simple hecho de estar cerca de Yuki ya era un desafío para mi estabilidad emocional. Cada paso que dábamos parecía un recordatorio de todo lo que habíamos pasado, todo lo que habíamos dicho y hecho, lo bueno y lo malo, lo que había sido y lo que ya no sería.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
FanfictionA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
