Tras salir de la ducha y vestirme mirándome al espejo me até el cabello en una coleta rápida, asegurándome de que algunos mechones rebeldes quedaran estratégicamente sueltos para no perder el toque despreocupado. Frente al espejo del baño, inspeccioné mi reflejo: la camisa hawaiana con flores azules y verdes me hacía ver más relajado de lo habitual, como si realmente estuviera aquí para disfrutar del sol y no para lidiar con las corrientes ocultas de mi vida.
Salí del baño ajustándome el cuello de la camisa, el aire fresco de la habitación envolviéndome de inmediato. Sigma seguía en su sitio, todavía jugueteando con su móvil, mientras Fyodor, fiel a su naturaleza, mantenía la mirada fija en su libro como si nada en el mundo pudiera importarle menos que nosotros.
—Es la hora de comer. —Dije con un tono casual, rompiendo el silencio que había en la habitación. Me apoyé en el respaldo de una silla, mirando a Sigma—. ¿Han hablado con el resto?
Sigma levantó la vista y dejó el móvil a un lado.
—Sí, nos esperan abajo en el comedor.
Asentí con una pequeña sonrisa, satisfecho con la organización.
Fyodor, al escuchar la conversación, cerró el libro con un movimiento suave y preciso, como si no le interesara en lo más mínimo lo que había estado leyendo. Se levantó de la cama sin decir una palabra, se alisó la camisa y se colocó a nuestro lado con una expresión imperturbable.
—Entonces, vamos. —Dije, dando un paso hacia la puerta y sosteniéndola abierta para ambos.
El pasillo estaba iluminado por la luz natural que entraba a través de los grandes ventanales. El sonido de nuestras pisadas resonaba levemente, acompañado por el distante murmullo de otros huéspedes que caminaban hacia sus propios destinos. Bajamos en el ascensor en silencio, el ambiente cargado de una extraña mezcla de calma y tensión.
Al llegar al comedor, el olor de comida recién preparada nos envolvió de inmediato. La entrada estaba decorada con arreglos florales tropicales y una suave música instrumental que parecía hecha para relajar incluso a los huéspedes más estresados. Justo frente a nosotros, en la recepción del comedor, estaba la chica de la recepción de antes.
Ella parecía ocupada escribiendo algo en una hoja, pero al levantar la vista y verme, sus ojos se iluminaron por un instante. Fue un cambio sutil, pero lo suficiente como para notarlo. Me detuve por un momento, y cuando nuestras miradas se cruzaron, ella sonrió con ese toque de nerviosismo que ya había visto antes.
—Ah, hola de nuevo. —Dijo con una ligera inclinación de cabeza.
—Hola. —Respondí, devolviéndole la sonrisa, aunque esta vez con un aire más despreocupado.
Fyodor y Sigma se quedaron ligeramente detrás de mí, en silencio. Sigma, al menos, parecía más enfocado en observar el lugar que en cualquier otra cosa. Fyodor, por otro lado, mantenía su semblante frío, casi como si no hubiera notado la interacción.
—Estamos esperando al resto de nuestro grupo. —Dije, señalando con un gesto hacia la entrada del comedor.
—Perfecto, pueden esperar aquí. —Dijo la chica, volviendo a mirar su hoja, aunque el leve rubor en sus mejillas no desaparecía.
Me apoyé contra una columna cercana, con los brazos cruzados, observando cómo Fyodor permanecía de pie cerca de Sigma, quien revisaba algo en su móvil. El ambiente se sentía denso, y no podía evitar sonreír ante la ironía de todo esto. Estaba en un paraíso tropical, pero las corrientes emocionales entre nosotros eran cualquier cosa menos relajantes.
La recepcionista levantó la mirada de su hoja y, con un titubeo en su voz, dijo:
—Si quieres... antes de la clase de pintura, podría enseñarte un poco de la ciudad. Hay lugares muy bonitos cerca del hotel.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
