Estaba tumbado en mi cama, rodeado de sombras y un denso aroma a cigarrillo que se mezclaba con el sudor y la desesperación. La colcha arrugada a mi alrededor se sentía como un recordatorio de mi propia inercia, de cómo me había dejado llevar por la corriente de autodestrucción en la que había estado nadando. El humo se alzaba en espirales perezosos hacia el techo, mientras inhalaba y exhalaba de manera rítmica, tratando de encontrar algún tipo de consuelo en el acto. Pero no había consuelo, solo un vacío horrible que se había instalado en mi pecho, una sensación que parecía querer devorarme entero.
El alcohol y las drogas habían hecho su trabajo: me habían alejado de la realidad, pero ahora, en su retirada, me dejaban en un estado aún más vulnerable. La euforia de las noches pasadas había desaparecido, y lo único que quedaba era este inmenso abismo de soledad y autodesprecio. Las risas que había compartido con los amigos se sentían como ecos lejanos, y la música que solía ser el telón de fondo de mi vida ahora sonaba distante, como si proviniera de otro mundo.
Llevaba un tiempo sin pensar en nada coherente, solo en las imágenes fragmentadas que pasaban por mi mente como un viejo proyector en un cine olvidado. Recuerdos de momentos felices, de días soleados en los que la vida parecía prometedora, de sonrisas que alguna vez habían llenado mi rostro, pero ahora solo me causaban dolor. Había algo irónico en todo esto: mientras más intentaba escapar, más atrapado me sentía.
Justo cuando mi mente comenzaba a divagar en la neblina de mis pensamientos, escuché el sonido familiar de la llave girando en la cerradura de la puerta. Un pequeño destello de esperanza se encendió en mi pecho, seguido de una profunda tristeza. Sabía que solo había una persona que tenía las llaves de mi mundo: Fyodor. La idea de verlo me llenó de un sentimiento contradictorio, como si la luz y la oscuridad estuvieran luchando dentro de mí.
Cuando la puerta se abrió, su figura apareció en el umbral, y no pude evitar sonreír, aunque fuera de manera triste. Su presencia era un bálsamo para mi alma desgastada, pero también un recordatorio de cuánto había arruinado todo. Su rostro, normalmente sereno, mostraba una mezcla de preocupación y frustración, y por un instante, el tiempo se detuvo mientras nuestros ojos se encontraban.
—Nikolai... —su voz era un susurro, y aunque sonaba suave, había un peso en ella que me aplastaba. No sabía qué decirle, no sabía si podía enfrentar la verdad de lo que había hecho. Así que simplemente lo observé, tratando de descifrar lo que pasaba en su mente.
Me senté lentamente, el cuerpo pesado y adolorido por las noches de excesos. La colilla del cigarrillo se desmoronaba entre mis dedos, y la acción de dejarlo caer al suelo se sentía como una decisión monumental. Las cenizas se dispersaron, y mi mente se llenó de un torbellino de emociones. No quería que me viera así, pero al mismo tiempo, sabía que no podía esconderlo. Era un reflejo de la tormenta que llevaba dentro.
—¿Qué haces aquí? —logré murmurar, tratando de que mi voz sonara despreocupada. Pero en el fondo, sabía que era una pregunta vacía. La verdad era que lo necesitaba más que nunca, pero la vulnerabilidad de admitírselo me aterraba.
Fyodor dio un paso hacia adelante, cruzando el umbral con la misma facilidad que un fantasma. Había algo casi etéreo en su forma de moverse, como si siempre estuviera en su propio mundo. Su mirada se posó en mí, y por un instante, me sentí expuesto, como si pudiera ver cada rincón oscuro de mi alma. Su mirada era penetrante, buscando respuestas en mi expresión, y yo, en un intento de desviar su atención, bajé la vista hacia mis manos.
—No debería haber venido —dijo al fin, su voz temblando con una mezcla de determinación y tristeza. Sus palabras fueron como un cuchillo, hiriéndome profundamente. ¿Por qué tenía que hacer esto? ¿Por qué tenía que recordarme lo lejos que estaba de lo que alguna vez fui?
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
