Después de la llamada con Anya, encerrado en mi apartamento, sentí cómo el tiempo se volvía espeso, pegajoso, una trampa lenta y silenciosa. Cerré las cortinas para bloquear el mundo exterior y dejé el móvil en algún rincón, con el volumen apagado, como si ignorar el aparato significara también evitar todas las cosas que seguían pesándome.
Sin el sonido de los mensajes, el silencio se convirtió en mi única compañía, y me quedé ahí, quieto, enfrentándome a todo lo que había intentado suprimir: la voz de Fyodor, las palabras hirientes de Karma, el amargo sabor de cada decisión que había tomado últimamente.
Intenté leer un libro, algo en lo que pudiese perderme. Leí una frase, luego otra, y después otra, pero nada lograba quedarse conmigo. Todo resonaba con un vacío seco, como si las palabras rebotaran en mi mente sin realmente significar algo. Probé la televisión, cambié de canal varias veces, buscando una historia que me sacara de este pozo en el que me encontraba, pero cada historia parecía tener algo que me recordaba a Fyodor, a nuestro desastroso tira y afloja.
Cansado, dejé el control remoto a un lado, y allí, en ese rincón de mi sala, las horas simplemente se disolvieron. Ni siquiera podía precisar el momento en que pasé de estar despierto a medio dormido, atrapado en pensamientos vagos y confusos, sumido en ese constante eco de mis propios errores.
Al día siguiente, me levanté con una pesada niebla sobre los pensamientos, un cansancio acumulado en el cuerpo que no tenía sentido. Sentía como si todo el peso del mundo se hubiese asentado sobre mis hombros mientras dormía, dejándome sin energía y sin ganas de hacer absolutamente nada, excepto hundirme en cualquier cosa que adormeciera el dolor. Estaba atrapado en una jaula que yo mismo había creado, rodeado por las paredes de todas las decisiones y palabras mal elegidas.
Miré a mi alrededor. El apartamento estaba desordenado, como si fuera un reflejo de mi propio estado. La llamada con Anya resonaba en mi cabeza aún, sus palabras llenas de ternura y preocupación mezclándose con las sombras de los pensamientos que llevaba acumulando desde hace días. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Qué sentido tenía estar rodeado de recuerdos y soledad?
Ese sentimiento de estar atrapado se volvía más denso, más insistente, hasta que la necesidad de escapar, aunque fuera por un breve instante, se convirtió en algo casi visceral. No tenía un plan, pero lo único que sabía era que necesitaba algo fuerte para calmar la tormenta en mi cabeza, algo que pudiera borrar, aunque fuera temporalmente, todo lo que me rodeaba.
Salí sin pensarlo dos veces, dejando el móvil en el apartamento, desconectado de todo. Caminé sin rumbo, con las manos en los bolsillos y la mente tan nublada que casi no notaba el camino bajo mis pies. Entré en una licorería, un pequeño lugar oscuro que apenas tenía una luz tenue encima del mostrador. La elección fue rápida; no me importaba lo que estaba comprando, solo buscaba lo más fuerte que el dinero en mi bolsillo pudiera pagar.
La botella se sintió pesada y fría en mi mano cuando la saqué de la tienda, un peso que de alguna forma parecía reconfortante. Me sentía como si sostuviera una solución momentánea, un arma contra el incesante ruido en mi cabeza. Volví al apartamento y, sin pensarlo dos veces, abrí la botella y llené un vaso hasta el borde, llevándomelo a la boca con un trago largo y decidido.
El ardor en la garganta fue lo primero que sentí, una quemazón que bajaba hasta el estómago, dejando una sensación de vacío que, aunque dolorosa, también era liberadora.
Uno, dos, tres tragos, uno detrás del otro, como si intentara apagar un incendio interno. No era tanto el sabor lo que importaba, sino el efecto, esa ligera sensación de entumecimiento que empezaba a nublar mi visión y a ralentizar mis pensamientos. Necesitaba escapar de todo y, con cada sorbo, me sentía un poco más lejos de esta vida que parecía ahogarme en cada esquina. Pero no era suficiente.
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📚░B░a░j░o░ ░l░a░ ░s░o░m░b░r░a░ ░d░e░ ░l░a░ ░r░a░z░ó░n░📚
ФанфикшнA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...
