Epílogo.

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Dos años después...
Maeve.

—Va todo de maravilla, no se preocupe. —La partera me sonríe, palpando mi abultado vientre de nueve meses—. Está en la posición correcta.

Le doy una sonrisa temblorosa, tragando grueso mientras recuesto mi cabeza contra el cabecero de la cama.

—¿Quieres un poco?—Liam me acerca una copa con agua y yo asiento, casi suspirando de alivio cuando acerca la copa a mis labios y me permite refrescar la garganta.

—Creo que solo tendremos este, ¿sabes?—le digo y sonríe, tomando mi mano para masajearla suavemente—. Estas contracciones... joder, son el infierno.

Gruño cuando otra contracción comienza a generarse, obligándome a apretar los dientes para no gritar por el dolor que se extiende desde mi vientre hasta ese lugar entre mis piernas.

Es una jodida tortura, sin duda. Se siente como si me estuvieran abriendo en dos desde mi interior, y arde tanto que cualquiera podría creer que tengo brazas ardiendo ahí.

—A veces masajear los pechos ayuda a que ellas tengan más control en el parto, ayuda a que el útero se contraiga y estimula el parto—nos dice la partera y, en segundos, Liam sube a la cama conmigo.

Respiro profundo, quejándome en voz baja mientras me muevo hacia adelante para permitirle a Liam sentarse detrás de mi y envolverme con sus brazos.

Sus manos van de inmediato a mis pechos, y cuando comienza a masajear me relajo entre sus brazos. El dolor se reduce un poco, tanto en mis pechos como en mi vientre.

—Estoy aquí—murmura Liam en mi oído y yo trago grueso, quejándome cuando otra contracción empieza—. Eres fuerte, joder. La mujer más fuerte que conozco. —Besa mi sien—. Te amo, ángel.

—Mhm. —Acaricio suavemente mi vientre, respirando profundo en un intento de hacer que el dolor de las contracciones disminuya.

¿Lo hace? Joder, ni en lo más mínimo. Pero de todas formas sigo haciéndolo porque golpear a mi esposo por poner este bebé dentro de mi no es sensato.

Después de todo, no lo hizo solo. Yo también lo quise así; pero... joder, nadie me dijo que los embarazos eran tan difíciles.

Las náuseas, los mareos, los dolores de cabeza y los antojos que apenas me dejaban dormir. Eso sin contar el dolor en mis pechos, mi espalda y la hinchazón de mis pies.

Y que no monto a mi dragona desde hace meses.

—Liam. —Giro el rostro para ver a mi esposo y sonrío cuando deja un beso en mis labios—. Te amo. Tengamos solo uno más.

—Creí que solo tendríamos este, ángel. —Sonríe sobre mis labios, y un gemido se me escapa cuando vuelve a masajear mis pechos y tira suavemente de mis pezones.

—Lo sé, pero ambos crecimos con hermanos y no quiero que nuestro bebé crezca sin vivir esa experiencia—murmuro y asiente.

Mierda, ¿se puede ser más indecisa? Las hormonas del embarazo han estado prácticamente volviéndome loca.

Creo que nunca había amado tanto a mi esposo como cuando lo veía tolerar mis cambios de humor tratándome con tal suavidad que cualquiera creería que soy una muñeca de cristal.

Otra contradicción vuelve, y maldigo con tanta fuerza que la partera ríe en voz baja, pero me da una mirada comprensiva.

—Han pasado diez horas—me quejo—. ¿Cuándo va a salir?

Las diez horas más lentas y tortuosas de mi vida. ¿Sentir dolor? Horrible; pero es un juego de niños cuando lo pongo al lado de la emoción y ansiedad que siento por tener a mi bebé en mis brazos por fin.

Love Scales [Liam Mairi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora