Capítulo 7 | Días grises

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Sebastián

Maldito frío.

Maldito colegio.

Maldita sea ya era lunes otra vez.

Pero qué coño, con este frío infernal debería ser ilegal ir a clases. Por lo único que estaba agradecido era que éste era mi último año en ese maldito colegio de mierda. No me interesaba ir a un lugar donde me juzgaban sin conocerme y donde tengo fama de cabrón peleón.

No puedo quejarme, yo mismo me he buscado esa fama.

Me parece estúpido esa mierda del chico malo, del chico bueno, del chico nerd, del chico más lindo... bla, bla, bla del colegio

¿Eso existe en todos los colegios acaso?

Para vivir al oeste de Brooklyn y saber que todos estamos en una escuela pública debido a que nuestros padres se joden para que nosotros, dentro de lo que cabe, tengamos un buen "futuro" la mayoría de la gente de mi colegio es demasiado inmadura.

Y sí, me parece, porque sin yo saberlo a mí, me categorizaron como el "chico malo y lindo" de esa mierda ¿Lindo en dónde? Esa gente anda ciega y tiene los gustos en el culo.

Joder.

En el colegio soy un bastardo solo porque no soy ese chico que cualquier puta desea. Soy de esos chicos que, si bien me gustas, te folle y me fui. Ya es tu problema si tú quieres decirle a medio mundo que te folle. Soy el hombre, jamás quedaría tan mal parado. Nunca prometo ni rosas ni corazones, nada de esas mariqueras. Eres linda, te tire y ni mi número de teléfono. Nada. Y si te cogí una vez, no creas que los milagros pasan dos veces.

Nunca prometo nada. Siempre hablo claro. Si les digo la verdad de por qué las estoy buscando se molestan, pero en cambio si me pongo de cupido, las enamoro, las follo y las boto, es aún peor.

Las mujeres están locas. Y pensar que nosotros somos más complicados que ellas.

Soy blanco pero no pálido, normal. Tengo un buen perfil. Cabello castaño claro, ondulado, o liso, yo ni sé. Mi cabello parece una mujer, super marico. Unas veces lo tengo tan claro que parece oro, y otras veces lo tengo color cobre. Lo suficientemente largo como para agarrarme la mitad del cabello en una especie de cebolla y el resto me cae un poco más arriba del cuello. Mis ojos son color verde, mas estupidos aún. A veces son casi negros, otras veces puedo compararlos con una esmeralda.

Alto y fornido, mis musculoso estan donde deben, tengo de admitirlo. Varios tatuajes, algunos en mi antebrazo derecho, otros en la parte derecha de mi cuello, otro en la costilla izquierda y otro en la parte derecha de mi pecho. Buena sonrisa. Sí, tengo que aceptar que soy atractivo. O si no ¿cómo consigo acostarme con dos chicas diferentes cada semana?

Me miré en el espejo, cada vez odio más mi reflejo. Me parezco al maldito bastardo de mi padre. Él pensó que con darme el apellido me mantendría lo suficientemente bien por el resto de mi vida. No sé en donde está ahora, tampoco me importa. Lo único que tengo es a mi madre. Por ella todo. Hasta mi vida.

Pantalones negros, dos medias gruesas negras. Zapatos deportivos negros. Dos jersey negros. Bufanda, gorrito y guantes grises. Esos eran mis colores. Mi cabello ya se había secado por lo que me puse el gorrito antes de salir de casa. Cuando salí de mi habitación, mamá ya me tenía preparado un chocolate caliente y donas. La amaba aunque casi nunca sabía cómo demostrárselo. Comí rápidamente y me puse mi blazer largo de lana negro. Le di un beso fugaz a mamá.

Ella saldría detrás de mí, como siempre, ella a su trabajo y yo al maldi... Mierda debo dejar de maldecir. Y yo al colegio.

Subí al autobús, menos de una cuadra, antes de entrar a la prisión, encendí un cigarrillo.

Pude ver a Nat a lo lejos. Le di mi última calada al cigarrillo y lo boté.

— ¿Qué hay Nat? —lo saludé.

—Bro, no me lo vas a creer. Acabo de escuchar al puto de Rider diciendo que dos estudiantes nos venían a vigilar —Rider era el director de nuestro colegio. Nat sonaba obstinado.

La idea me perturbo.

— ¿Qué? Espera, ¿Nat estás seguro que escuchaste bien? —le pregunté. Sabía que no era una de sus bromas.

—Sebas, papi. Es en serio —palmeo mi mejilla derecha—. Según vienen de Manhattan. De un colegio de niños ricos —esta vez sí sonaba molesto. Hasta yo.

—Veamos quienes son los ricos que vienen a meterse en esta mierda —le dije sin mirarlo—, si vienen a vigilarnos, pues, sería una pena que no pudieran si tienen ambos ojos morados —ya tenía suficiente con la gente cliché de mi colegio como para que viniera otra gente a meterse en ella.

Nat sabía a qué me refería, no veíamos la hora de graduarnos e irnos de esa mierda.

Estábamos en una esquina de la entrada principal cuando un Audi negro mate, se robó mi atención. Mierda sí que era un auto hermoso. Ya detestaba al idiota que se bajara de él.

Efectivamente, era gente de bastante dinero. Por lo que me dijo Nat solo eran dos imbéciles. Me levanté del muro donde estaba sentado. Nat me imitó y nos cruzamos de brazos.

Pasaron como diez minutos, hasta que finalmente la puerta del copiloto se abrió... Mierda.

Una chica, bajita, cabello negro por los hombros, se bajó del auto. Sus ojos eran de tal azul que los pude ver desde la distancia. Volteé a ver a Nat. Maldición ya estaba babeando. Esperé a ver quién era el imbécil que la acompañaba.

La chica cerró la puerta del copiloto y la puerta del piloto se abrió. Perfecto. Solo faltaba ver quién era el equivocado que había decidido meterse dond...

Botas negras de tacón bajo, pantalones negros, jersey negro y un blazer parecido al mío. Estaba vestida del mismo color que yo. Morena, cabello largo, los guantes dejaban ver parte de sus largos dedos, y sus perfectas uñas pintadas. Mochila de marca Victorinox y un IPhone dorado se escurría entre uno de los bolsillos de su pantalón. Cerró la puerta de su auto, se hizo una cola de caballo y se acomodó sus lentes estilo hipster. Cejas sumamente bien definidas y depiladas y sonrisa hermosa.

Maldita sea...

Era perfecta.

En multimedia la hermosa portada de Mila

Con amor, 





Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora