Me estaba convenciendo de decirle lo que había planeado pero ¿cómo alejarla de mí cuando me mira de esa forma? No puedo resistirme a sus cálidos besos, a su tacto. No puedo resistirme a su presencia.
Ella es mi debilidad.
Las personas llegan a tu vida para darle sentido, para enseñarte a no ser como ellas, para amarlas, para centrar tu mundo. En fin, llegan para muchas cosas pero ella llegó para todas las cosas existentes.
No sé como irme pero eso no significa que me quiera quedar. Estar con ella es como sentarme en una butaca en primera fila y ver como le doy el poder para que me salve y me destruya. Tengo que detener esto, ahora.
Entre nosotros pasó la magia del amor que pasa de prisa, ese amor a primera a vista, ese amor fugaz que solo sirve para vivirlo ese instante y ser recordado.
—Dime —me dijo con suavidad.
—No te preocupes Ángel, por favor. No era nada —estaba poniéndole un mechón rebelde detrás de la oreja. No había notado que tiene un zarcillo en la parte alta de su oreja, que se le ve realmente hermoso.
—Si, si era algo y quiero saberlo mi Sebas —ya está, ya no podía hacer más nada.
Cuando en su boca se situaban las palabras adecuadas, la delicadeza de su voz y el suave movimiento de sus labios podían hacer efectos en mi de una forma rápida y eficaz. Y lo más grave era que ella sabía eso.
—Conciencia no razona con hormonas, dijo alguien alguna vez —me reí sin fuerza, con un deje de ironía. Me sonrió.
—Eres un sol —me dijo y me dio un beso en la nariz.
La tomé de la cintura, y empecé a besarla. Bajé hasta su cuello haciendo un recorrido hasta su oreja, lamiendo y mordisqueando su lóbulo. Ella por su parte se encargaba de entrelazar sus pequeñas manos en mi cabello, jalándolo un poco y volviéndome a besar.
La situé debajo de mi y me quitó la camisa, luego se la quité yo y me quedé embelesado en sus perfectas líneas, en su sujetador color negro de encaje, en su cabello como se le pegaba al cuello y cubría sus hombros. En su silueta, en sus curvas.
Le quité el sujetador, y me fui por la parte de abajo de su ropa, sus bragas eran del mismo color y textura que la del sujetador y mi cabeza empezó a dar vueltas. Estaba delirando.
Si una mujer se combina la ropa interior no eres tú quien la esta llevando a la cama, es ella.
Encima que el encaje, a los hombres, nos vuela la cabeza.
Empecé a besarle los pies, recorriendo sus bronceadas piernas llegando a sus muslos internos terminando en su sexo. La saboree, succionando su líquido, aplacando mi sed. Llevé mis manos hasta sus senos y los apreté.
Si antes estaba delirando ahora si me esta volviendo loco, se movía según el ritmo de mi lengua en su clítoris. No hay nada que me excite más que me jalen el cabello y me pidan cosas mientras estoy en acción. Y eso, era exactamente lo que ella estaba haciendo. Sus gemidos inundaban la habitación, era como el coro de los ángeles resonando en mis oídos.
—Si... así Sebas... —dijo jadeando.
—Vamos ángel, córrete para mi así —le dije mientras enterraba dos dedos en ella.
El gemido que emitió fue gutural, algo brutal. Sentía que el que me iba a correr era yo. Dios santo.
Su orgasmo fue épico, y la saboree un poco más y empece a subir, besándole los senos, llegando hasta su cuello. Gracias a la experiencia, me saqué rápidamente el pantalón y sin preocupación me enterré en ella. Exhalé con pesadez. Que sensación tan malditamente divina.
Empecé a moverme dentro de ella, besándola, mirándola a los ojos. Viendo mi reflejo a través de esa mirada lleno de ternura y lujuria. Ella era todo lo que un hombre podía pedir solo que no para mi.
Le hice el amor porque me estaba convenciendo que esa seria la última vez. Logré que tuviera tres orgasmos más y mi hombría crecía cada vez más. Al final, sudados y cansados, su cabeza reposaba en mi pecho desnudo, haciendo que mi piel se erizara gracias a su pesada respiración. Supe entonces que ya estaba dormida.
«Y aunque lo intentes ya nunca volverás a ser de alguien más, ni siquiera eres tuyo. Eres completamente de ella. Y ya no hay vuelta atrás».
Ya mi subconsciente dejaba de reprocharme, ahora estaba en lo cierto, ni porque intentara ser de alguien más ya no podía siquiera ser mío.
Acariciaba su espalda mientras hacia todo lo posible por zafarme de su agarre. La dejé en la cama, desnuda, agotada, satisfecha.
Entré al baño y me lavé. Quedé varios minutos observando mi reflejo, por un momento me pareció ver los ojos de Luca llenos de dolor y sufrimiento a través de los míos. El pecho se me convertía en un nudo a medida que los minutos pasaban.
Salí del baño, recogí mi ropa y me vestí. Vi la hora, eran las 3:26 am. Me acerqué a su mesita y tomé una hoja y un bolígrafo y empecé a escribir, no a excusarme sino a sincerarme, a decir lo que pienso, sin un porqué porque todavía yo no tengo respuestas.
Le dejé la nota al lado de su cama, encima de su mesa de noche. Contemplé su cuerpo semi desnudo y una sonrisa escapaba de sus labios. Sonreía en sueños. Le di un beso en la frente, y aspiré su aroma por última vez.
No sé como haré estas semanas, pero por mucho que no quiera, debo alejarme de ella.
A las 4:01 am estaba atravesando su balcón, bajando por la tubería y ayudándome con algunas ramas de los árboles para llegar al suelo. Corrí y salí de allí ¿cómo? No sé, pero en pocos minutos de haber abandonado a mi ángel estaba en la calle, viendo como el cielo empezaba a aclararse y sin saber a donde ir. Empecé a caminar, y un fuerte ventarrón me arropó.
Tenia los ojos aguados, me quería excusar y culpar al viento. Pero no podía mas. Esta semana había sido un total engaño, y sin saber a quién acudir, recordé al único amigo que tuve cuando encarcelaron a Liam. No había tenido rastros de él, sólo sabía que vivía aquí en Manhattan. Tenia varios años sin verlo, no lo reconocería si lo viera pero ahora lo necesitaba. Necesitaba a Nat pero ya estaría con el dentro de varias horas.
Ahora necesitaba a alguien que me conociera lo suficiente como para escucharme y decirme lo que yo quisiera oír, porque aunque Nat siempre estaba ahí para mi, siempre me decía la verdad y la verdad, esa verdad que tanto yo sabía pero me había negado a aceptar no quería escucharla ahora. Solo quería a alguien que me entendiera por el momento. Que me dijera esa verdad que tarda en ser verdad: "esta bien" "todo va a estar bien".
A veces solo necesitamos a alguien que nos escuche y no que nos entienda. A veces solo necesitamos a un buen receptor.
Así que marqué su número y al tercer timbre me respondieron.
—Dime que eres tu amigo —sonreí, sí era él.
—Brad, te necesito amigo —exhalé, y sin querer las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.
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Perfectamente Imperfectos
Teen FictionA veces no es suficiente teniéndolo todo, a veces la palabra "todo" no abarca lo que realmente queremos. Savannah Black lo sabía, lo tenía claro. Una chica que precedía lo perfecto ¿Cómo termina enamorándose del chico más imperfecto? Lo perfecto est...