Capítulo 38 | El mal y el bien

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Llegué a casa la noche del viernes, era domingo y no tenía noticias de ella ¿Y para qué? Si yo mismo había echado todo esto por la borda. Que estúpido era.

Savannah vino en la mañana a decirle a mamá que estaba en el hospital por una alergia que había agarrado gracias a un postre que nos preparó Marie y que, tendría que ir a la prepa a avisarle a los profesores y suplantarme.

No entiendo por qué todo esto. Después del hospital había un hombre que estaba esperándome para traerme a casa. Estaba confundido, aterrado, y enamorado. Ya que coño, de nada valía seguir ocultándolo, o negándomelo a mí mismo.

Tocaron la puerta y sabía que era mamá para obligarme a comer.

«Por favor come»

Joder, su voz estaba en mi cabeza todo el tiempo.

—¡No quiero comer! —grité, para que pudiera escucharme.

Igual no sirvió de nada porque hizo caso omiso de lo que dije y entró con una bandeja lo bastante humeante para dejarme la boca vuelta agua y que mi estómago se abriera enseguida.

—Ma, sabes que eso es invasión a la privacidad, ¿cierto?

—Y también invasión a tu boca, porque te voy a obligar a abrirla.

Reí y empezó a darme la comida en la boca, me miraba con ternura, ella sabía que mi felicidad de que me tratara como un niño otra vez no llegaba a mis ojos.

—¿Qué te pasa príncipe? —sonreí, había pasado mucho tiempo desde que me dejó de decir así, desde que se lo prohibí.

—¿Qué sabes de ella? No la veré mas hasta enero mamá, y solo le quedan dos semanas más en la escuela.

—No lo sé, dijo que estaría más cerca, que no iría a Manhattan, pero que el señor Black está pensando irse de viaje.

Conversé con mamá un rato más, lo que me dijo me dejó indagando preguntas que no sabía por dónde empezar a responder. "Que estaría más cerca", no entiendo, ella me había dicho lo mismo una vez.

Intenté dormir, descansar, no sé, callar mi mente, pero algo en el pecho era más fuerte que yo, esta vez no era vacío, era presentimiento.

Me levanté y me vestí apresuradamente, necesitaba aire.

—¿A dónde vas? Es tarde y necesitas descansar.

—Comprar pizza, caminar, no lo sé, necesito aire.

—¿A estas horas? —dijo mamá en un tono acusador.

—¿Cuál es tu excusa? Tener hambre es una, trabajar hasta tarde no. Prometo no llegar tan tarde, o avisarte mamá, no te preocupes ¿sí?

—Sebastián —me llamó antes de salir—, cuídate hijo. Te amo, ¿lo sabes no?

—Yo también te amo mi Lizzy.

Bendita opresión en el pecho, bendita sea, estaba pensando seriamente hacerme un estudio en esa parte del cuerpo, si no me daba un paro respiratorio, me daría un infarto, Cristo.

Empecé a caminar sin pensar a donde iba, hasta que entre a un callejón y los malos recuerdos inundaron mi mente. No había ido a ver a Liam y me sentía como la propia mierda, y no sabía ni siquiera a donde me dirigía, que estupidez pensar que se me iba a olvidar todo saliendo de casa, saliendo de mi habitación.

Calle tras calle, sentí mis dedos helarse y decidí que era tiempo de volver a casa, me encontré a pocos metros del edificio color negro mate del cual me había enamorado la última vez que lo vi.

En la otra calle, más lejos del edificio pero un poco más cerca de donde estaba, había una pelea. Lo primero que pensé fue alejarme, no tenía por qué estar ahí, hasta que vi que eran tres desgraciado contra alguien indefenso.

La furia se apoderaba de mí, quería caminar en sentido contrario, lo estaba haciendo pero mi cabeza no paraba de girar a ver como atacaban a... ¿una chica?

«El mal triunfa, porque el bien lo ve y no hace nada»

Esas fueron las únicas palabras que entraron en mi cabeza cuando zanjé por ir a la iglesia. .

Me di la media vuelta y empecé a caminar, más bien a trotar hasta la otra calle. Mis entrañas dolían, pero aun así continúe corriendo hasta llegar a donde estaban esos malditos, vi como la chica trataba de defenderse, peleaba, hasta que uno de ellos le inyecto algo.

Se paró con dificultad y uno de los tres, el más corpulento la empezó a golpear, la chica trato ponerse de pie, y de inmediato reconocí esas perfectas ondas y ese color de cabello. Me detuve en seco, y corrí más rápido.

Sus gritos confirmaron que era ella, que era mi Ángel.

¿Dónde coño estaba Tayler?

Corrí hasta quedar unos metros de ellos.

—Hey amigo ¿Te unes? —dijo uno de ellos, borracho.

Savannah escupió la sangre que estaba en su boca y se arrastró hasta la basura, para apoyarse de la pared y levantarse. El alma se me partió en dos.

—No, te lo suplico, por favor, no —su voz fue un susurro.

—Pues claro que me uno —les dije—, pero el primero soy yo.

Me acerque a ella para tomarla y llevármela de ahí, o al menos buscar ayuda, con un mínimo golpe que recibiera mi estómago, los dos estábamos perdidos.

—¡No! ¡No por favor! —¿Es que acaso no me reconocía? ¿Qué coño le habrán inyectado?

Entonces el dolor se fue para darle paso a la furia.

—Oye amigo no tenemos toda la noche —se quejó uno de ellos.

—Largo —dije sin mirarlos.

—¿Es que piensas que te dejaremos nuestro tesoro?

Me levanté y los mire a los tres.

—¡Largo!

—Ni lo pienses —el muy maldito ya se estaba empezando a desabrochar su pantalón.

No sé cómo, no sé de donde saque las fuerzas pero lo tire contra la pared de una forma atroz. Clave varios de mis golpes en su nariz, hasta que sentí las manos de los otros tipos y empecé a golpearlos sin piedad.

—¡Suéltame, no! —escuché su voz suplicante y me sorprendí, ah es que había otro.

Lo alejé de ella rápidamente y conseguí tomarla en brazos y salir corriendo de allí. Mis costillas dolían y me di cuenta que tenía una pequeña herida debajo de la costilla derecha. 

Esa puñalada como mínimo me dejará siete puntos y una cicatriz preciosa, malditos bastardos.

—No me hagas daño, por favor. Te doy el dinero que quieras.

—Ángel, Ángel,  mírame —susurré porque ya se me estaban acabando las fuerzas—, estoy aquí. Savi, soy yo.

—Savannah —repetí, pero ella no me escuchaba. De repente el dolor que sentía se esfumó, y el terror empezaba a apoderarse de mí.

—Savi —susurré— ¡Savannah!

Estaba empezando a marearme, tome fuerte su mano y entrelace nuestros dedos. Veía una figura enorme correr hacia nosotros, pero lo único que pensaba en ese momento, era que no me quería separar de ella. 


Perfectamente ImperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora