Día 22.

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Acabo de faltar a mi propia promesa. Si me pagasen por ser un tonto, a estas alturas ya seria millonario.

— ¿Me estas escuchando? — pregunta ella.

— Si, Agata — respondo sin muchas ganas.

— Entonces sigo con la mejor parte — sonríe, y creo que estoy aquí por eso— después de sus disculpas, no lo pude evitar y me lance a sus brazos, no te imaginas lo mucho que extrañaba sus besos — toca sus labios.

— Que romántico ¿no? — digo con ironía.

— Es el chico perfecto — suspira.

— No lo creo — murmuro por lo bajo.

— ¿Cómo dices?

— Que me alegro — finjo una sonrisa.

— ¿Estas bien? — toca mi rostro con una de sus manos.

— ¿Qué si estoy bien? ¡Claro que no! — exclamo — Creo que eres demasiado tonta como para volver a tropezar con la misma piedra, él volverá a dañarte y esa sonrisa que traes desaparecerá en un dos por tres, pero luego cuando te vuelva a ver conmigo querrá volver a tu lado otra vez— tomo un poco de aire. — ¿Y sabes cuál es la peor parte?

— ¿Cuál?

— Que cuando él rompa tu corazón otra vez, yo estaré aquí con la misma cara de idiota y con la ilusión de que un día me ames como yo te amo.

Ella pestañea un par de veces.

— ¿Me amas? — quiere saber. La sonrisa que ella tenia dibujada en el rostro se había esfumado.

— Más que nada en el mundo. 

Cien días con Agata © | PA#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora