Día 66.

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Toco la puerta de su casa.

La puerta se abre un poco, justo para que Agata saque su cabeza y ver quien la visita. Apenas me ve sus ojos brillaron.

— Mati — sonríe y abre la puerta para que entre.

— Te traje un chocolate — le entrego el paquete que tenía en mis manos.

— Gracias — me besa.

— Perdón por lo de ayer con mi familia.

Me siento tan mal por la actitud que tomo mi mamá con Agata.

Ella se encoje de hombros.

— Da igual — camina hacia las escaleras — Estoy acostumbra a que la gente se lleve malas impresiones de mi.

Antes de que subiera las escaleras la tomo del brazo para que me mire.

— ¿Lo que sientes por mi es real?

Me analiza con la mirada.

— Claro que si, tonto — sonríe —. Te amo — vuelve a besar mis labios — no quiero que te afecte lo que digan los demás.

— Es que estoy cansado de que me digan que me romperás el corazón.

— Me impresiona que piensen eso — acaricia mi pelo —. Si aquí entre nosotros, tú siempre has sido el rompecorazones.

— Sabes que eso era antes de enamorarme.

Ella asiente.

— Matías, de lo único que debes preocuparte es de nosotros, da igual lo que la gente diga — me quedo mirándole como un tonto —. Las relaciones son de a dos, y solo nosotros sabemos lo felices y enamorados que estamos del uno por el otro.

— Lo sé — sonrío —. Prometo no preocuparme por lo que digan.

— Así me gusta — comienza a subir las escaleras.

Le sigo hasta su habitación, camina hasta el medio y se queda detenida ahí.

— ¿Qué pasa? — pregunto.

Ella se dio la vuelta para mirarme, en su cara tiene dibujada una sonrisa traviesa.

— ¿Te gustaría comer chocolate? — Mueve el paquete — ¿En mi cuerpo? — sube y baja sus cejas repetidas veces.

No digo nada, con la última pregunta que acaba de formular. Mi cuerpo reaccionó de manera inmediata.

Cien días con Agata © | PA#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora