Día 31.

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— Mati — me llaman. Reconozco su voz, me doy la vuelta para mirarle. — Hola — sonríe.

— Hola Agata — respondo con frialdad — pensé que ya no querías verme.

— ¿No querer verte? — lanza una carcajada —. Estas loco, Mati.

— ¿Loco?

— Sí, loco.

— ¿Por qué?

— Porque he querido verte desde que supe existías — sus ojos color miel me miran de una manera diferente a la que estaba acostumbrado.

— Agata — me acerco un poco a ella —. Ya no estoy para tus estúpidos juegos.

Le doy unos golpecitos en el hombro izquierdo y continuo mi camino. 

Cien días con Agata © | PA#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora