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Lo había intentado mil veces, pero no había conseguido mentalizarme de algo así. Adam había sido mi mayor apoyo en los momentos más decisivos de mi vida, y ahora pretendía irse a vivir a otra ciudad. No podía evitar sentirme culpable de aquello, porque lo era.

Aquellos últimos siete días había estado imaginando lo que Adam podría haber contestado a ese e-mail, pero todo lo que pasaba por mi mente era peor que lo anterior. Había intentado hablar con él sobre aquello, aunque no de forma directa, ya que la situación continuaba al rojo vivo. Intentaba entablar una conversación con él, ya fuese en la sala de profesores, en el comedor e incluso mandándole mensajes o llamándole, pero no había forma. Las llamadas no me las cogía, los mensajes los contestaba con monosílabos y evitando una posible charla más allá de lo profesional, y en el horario laboral, sólo me dirigía la palabra en momentos puntuales, como pedirme el azúcar para el café y había veces que prefería tomárselo amargo para omitir una frase hacia mí.

Tenía mucho que hacer, pero mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Tenía exámenes por corregir, charlas que preparar y aún quedaban unos pequeños remates por hacer en la casa, a pesar de llevar poco menos de un año allí, mi madre siempre me dice que me tomo todo con demasiada calma y en diferentes aspectos debía de darla la razón.

Mi madre. La relación con ella se había suavizado más. No iba a comer con ella cada fin de semana, pero el número de llamadas a la semana había aumentado y eso favorecía mi relación con ella. Por otro lado, la relación con mi padre parecía ir sorprendentemente bien. Quizá las palabras compartidas hacía meses en la casa de los Payne le había hecho recapacitar, a pesar de que a veces seguía recordándome que algún día me arrepentiría no de haberle hecho caso.

Cuando les di la noticia de mi relación con Liam, mi madre casi se sube por las paredes, y no tardó un segundo en marcar el número de Karen, haciendo oídos sordos a la advertencia que mi padre le hacía sobre la factura del teléfono. Él..., él actúo de manera diferente. Sonrió cuando yo lo hice, un padre se supone que se alegra cuando un hijo está feliz, sin embargo tampoco tenía pensado que acabase saliendo con Liam, sus planes de emparejarme con Adam fracasaron de la misma manera que los laborales que tenía pensados para mí.

Finalmente había ido al médico. Los dolores de cabeza y de cuerpo habían aumentado así como los malestares generales. No tardó mucho en remitirme al psicólogo, pensando que las migrañas —que nunca había tenido —eran causadas por alguna preocupación que no me permitía dormir. Como resultado logré una baja por estrés. La tensión me había subido al nivel de las nubes, provocándome migrañas. El psicólogo me había dejado muy claro que debía de abandonar por un tiempo limitado mi trabajo para acabar con ese estrés acumulado, y había insistido en que la causa de aquello no eran mis alumnos, si no diversos factores de mi vida cotidiana que no podía omitir por mucho que me alejase de ellos. No sirvió de nada, puesto que finalmente el médico me dio el papel de la baja firmado, con la advertencia de que debería de tomar tanta azúcar. Los niveles de estrés suben cuando la felicidad y actividad de una persona baja, y al parecer los alimentos ricos en azúcares hacían que esos niveles bajasen, cosa que me sorprendió. No hay nada más dulce y que más feliz me haga que una sobredosis de chocolate y pasteles. De sólo pensar que no podía tomar azúcar, más ganas tenía de entrar a una pastelería, en aquellos lugares huele tan bien...

— ¿Qué haces aquí? —la voz familiar de Adam hace que levante la cabeza del suelo rápidamente y le mire sobresaltada. —No quise asustarte. —dice llevándose un cigarro que sostenía con su mano derecha a la boca.

— ¿Ahora fumas? —pregunto, a pesar de que la respuesta es demasiado obvia. —Fumar es malo, mata. Lo pone ahí. —digo señalando un cartel pegado en una de las columnas cercanas a la puerta del hospital.

>>Promise<< |LP| #WATAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora