Capítulo 48

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El sonido del timbre de la puerta me despierta, estoy acostada en la cama de Sebastian, frente a él, y estamos abrazados con brazos y piernas. Él también abre los ojos y acaricia mi mejilla.

—¡Buenos días! —Saluda con una pequeña sonrisa, pero sus ojos lucen tristes

—Buenos días mi amor —respondo besando su nariz.

—Creo que nos quedamos dormidos —menciona sin poder contener un enorme bostezo.

—Y como no, si platicamos hasta que el sol empezó a hacer su aparición —Sebastian me pega a él, halándome por la cintura.

—No quiero que te vayas —me pide como un niño pequeño que no quiere que su madre lo deje.

Él timbre vuelve a sonar insistentemente.

—¡Dios! ¿Qué horas son? —pregunto recordando que Sara estaría temprano por mí—. Debe ser Sara, voy a abrirle —digo intentando zafarme de su abrazo, pero él no me suelta y me mantiene cautiva entres sus brazos, y se siente tan bien, que no me quejo.

Pero Sara no está dispuesta a esperar, así que toca sin importarle dejar su dedo pegado al timbre. Yo río, pensando en lo neurótica que debe estar por qué no le abrimos, y porque a Sebastian parece valerle un cacahuate lo que piense ella porque no le abrimos.

—Sara está empezando a caerme muy mal —declara frunciendo el ceño.

—¿Por la forma en que timbra?

—No, porque siempre viene para alejarte de mí. ¡Ya voy! ¡Ya voy! —grita exasperado, mientras se levanta de la cama claramente molesto.

Yo también me incorporo e intentó ponerme de pie.

—No te preocupes, yo iré abrirle a Sara y pedirle que te espere, mientras te arreglas —dice poniéndose una sudadera.

—Pero ella trae mi ropa —le informo.

—Yo la subiré, tú entra a la ducha mientras preparo algo de desayuno. —Asiento.

Cuando salgo de la ducha, encuentro mi ropa doblada sobre la cama. La tomo y regreso a vestirme al baño.

Ya lista, bajo y Sebastian ya tiene listo el desayuno y Sara y él me esperan en la barra de la cocina.

—Hola Sara, perdona la demora, pero nos quedamos dormidos —la saludo.

—Hola, sí ya Sebastian me contó —responde con la boca llena.

—Anda pequeña siéntate a comer algo antes de que te vayas. —Él me abre la silla y se sienta a mi lado, miro mi comida y trago en seco al ver todo lo que Sebastian dispuso para mí desayuno. Huevos, tocino, tostadas, jugo y fruta. No tengo mucha hambre pero no comer no es una opción con Sara ahí para llevarme a una clínica para tratar la anorexia y la bulimia.

—¿Café? —Asiento.

—No sé si tengamos tanto tiempo para desayunar.

—Claro que si, come —me ordena Sara con un gesto de suficiencia mientras muerde su tostada con evidente placer—. Mila, no me habías contado de las cualidades culinarias de Sebastian. ¡Mmmm! Esto está delicioso —dice llevándose otro bocado del desayuno que preparó Sebastian.

—Y eso que no has probado su especialidad —presumo, mientras miro a Sebastian con una dulce sonrisa. Él me responde guiñándome un ojo y tomando mi mano para besar mis nudillos.

—¿Así? ¿Cuál es tu especialidad? —indaga ella.

—¡La Lasagne! No sabes, es la mejor de todo New York, si no es que del mundo —le cuento orgullosa de mi chef particular.

Mila, Mi Pequeña Bailarina  #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora