Capítulo 13

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—Ven, tienes que probar los mejores hot dogs de Coney Island. —Sebastian me lleva a un gran local de perros calientes y no puedo evitar que se me haga agua la boca, pero me da miedo la idea de ingerir tantas calorías juntas.

—Dos por favor —le pide Sebastian al encargado.

—¿Con todo? —pregunta el joven empleado.

—Sí —acepta Sebastian.

—No —lo contradigo y Sebastian me mira intrigado.

—Tienes que probarlo con todo, ya verás que te fascinará —alega mi guapo rubio y estoy segura que tiene razón, pero pensar en agregar más grasas y azúcares, realmente me atormenta.

—El mío solo con mostaza —le indico al encargado, que solo asiente y prepara el mío primero, luego el de Sebastian.

—¿Cervezas? —ofrece el hombre.

—No, ella no tiene la edad —aclara Sebastian lo que es obvio—, dos sodas, por favor.

—Yo tomaré agua —lo vuelvo a contradecir y Sebastian me mira incrédulo, minutos después nos sirven nuestro pedido.

—Vamos, tienes que probar el mío —me incita acercándome su perro caliente a la boca, pero yo retrocedo.

—No, no puedo —me niego.

—¿Por qué no?

—No me gusta la cátsup —argumento, pero él insiste.

—Pruébalo, si no te gusta no tendrás que comerlo —insiste y vuelve acercarlo a mi boca, lo muerdo y para mi mala suerte me gusta, mucho.

—Está rico —admito.

—¿Quieres que te preparen otro? —ofrece.

—No, el mío está bien así —lo rechazo y él no insiste más.

Como el mío muy lentamente con muy pequeños mordiscos, mientras Sebastian pide otro y lo devora. Apenas termino, la culpa me inquieta al punto de buscar con desesperación un baño.

—¿Qué pasa? —me pregunta al notar mi inquietud.

—No me siento bien —manifiesto con angustia.

Veo un letrero con las indicaciones para llegar al baño, sin decir nada me levanto de la mesa y me dirijo a toda prisa hacia el tocador de mujeres; ya dentro, me encierro en un cubículo a vomitar el hot dog, introduciendo en mi garganta el dedo medio y el índice.

Cuando creo haberlo sacado todo, voy al lavabo y lavo mis manos, mi rostro y mis dientes con el cepillo que siempre traigo en mi bolso.

—Mila. ¿Estás bien? —me grita Sebastian desde afuera.

—Sí, ahora salgo —respondo desde dentro.

Me miro en el espejo y siento que me odio, estoy tan avergonzada, pero cada vez me cuesta más trabajo poder controlar la culpa y la ansiedad por sacarlo todo fuera lo más pronto posible. Seco las lágrimas que salen por el esfuerzo, trato de recomponer mi pálido rostro y salgo fingiendo una sonrisa.

—¿Te sientes mal? —pregunta preocupado, tomando mi rostro con ambas manos.

—No, ya estoy bien —expongo con vergüenza.

—¿Vomitaste? —me cuestiona y bajo la mirada, pero no lo niego.

—Sí —admito—, creo que todavía traigo revuelto el estómago por los juegos mecánicos —me justifico.

—Tienes un estómago muy sensible —menciona con recelo.

—Eso creo. 

—¿Quieres irte?

Mila, Mi Pequeña Bailarina  #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora