Capitulo 56

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Es lunes, y después del desayuno, la Dra. Kim me manda llamar a su consultorio. Sinceramente no quiero verla, no quiero volver al tema del abuso de Fabienne, sé que lo hará, sé que me pedirá que hable de eso y aparte está lo de Raúl, de cómo me tocó y lo que me hizo sentir al pensar que era Sebastian quien lo hacía, pero que me hace sentir realmente sucia y avergonzada.
Llegó al consultorio de la Dra. Lewis y su secretaria me pide que espere por qué la doctora está en una llamada. Tomó asiento, pero apenas lo hago me pongo de pie y comienzo a caminar de un lado a otro por toda la sala de espera.
—¿Qué pasa Mila? Toma asiento o harás una zanja —me dice la joven secretaria.
Asiento y vuelvo a sentarme pero ahora mis cutículas son mi objetivo y las muerdo hasta que las hago sangrar, mientras pienso, pienso y pienso. A veces quisiera no pensar más, tal vez debería ser más como Sebastian y dejarme llevar, en vez de pensar tanto las cosas.
—Pasa Mila. —La miro sin entender que me dijo—. Te decía, que pases. La Dra. Lewis te recibirá ahora —anuncia Keily. Asiento, tomó un fuerte respiro y me pongo de pie, estoy por abrir la puerta pero me detengo. Recargo mi frente en la puerta y sigo debatiéndome en que voy a decirle, y pasa por mi cabeza irme de aquí ahorita mismo sin dar explicaciones.
—¿Qué pasa Mila? La doctora te espera —me insiste Keily, su secretaria.
—Lo sé, pero no puedo. —Intento salir de ahí, pero apenas doy dos pasos Kim me detiene.
—Mila, espera. —Me detengo en seco, resignada a no poder huir más de lo que tanto me atormenta—. ¿A donde vas? —No respondo, solo bajo la mirada—. Si no quieres hacer esto, lo entenderé. ¿Pero no crees que ya es hora de que superes todo lo que te lastima? —Lo pienso por unos segundos y la promesa que le hice a Sebastian de hacer lo que fuera necesario para regresar viene a mis pensamientos—. ¿Mila? —Cierro los ojos y tomo un gran respiro, llenando mis pulmones de aire o más bien de valor. Doy media vuelta y sin mirarla entro a su consultorio, y ella entra detrás de mí.
—Por favor toma asiento. —Me siento, pero sigo sin mirarla. Todavía no me pregunta nada y ya siento el nudo en mi garganta y que los ojos pican por las lágrimas, las que contengo con todas mis fuerzas.
—Bien Mila, sé que quieres irte el fin de semana, pero creo que todavía tienes muchas cosas por sanar. ¿No crees que irte así, sería como si no hubieras venido, como si todo este tiempo fuera perdido? —La miro alarmada. No no quiero que todo estas semanas de estar lejos de Sebastian, sean una pérdida de tiempo.
—La Dra. Cristy dice que tampoco has participado en terapia de grupo. 
—No quiero hablar delante de todas esas chicas —digo evadiendo su mirada.
—¿Por qué no? Si alguien puede entenderte, son ellas. —No lo había pensado. Ella tiene razón, pero solo levanto mis hombros indiferente—. Mila. ¿Me contaras lo que realmente te atormenta?
—Ya lo sabe, Sara se lo dijo.
—Pero no es Sara quien tiene que hablarlo, eres tú.
—No me gusta hablar de eso.
—¿Eso? —Ella me observa de forma analítica, yo la veo de reojo.
—Usted sabe.
—¿Por qué no puedes decirlo con todas sus letras? —Busco la respuesta pero no la encuentro.
—¡No se, no lo sé! —respondo a la defensiva.
—Si lo sabes, le dices eso porque no quieres afrontar lo que te pasó. —Siento la sangre bulle dentro de mí y burbujeando en mis venas, provocándome una sensación de terror —. ¿Mila?
—¿Por qué? ¿Por qué insiste en atormentarme? ¿Por qué quiere hacérmelo difícil? Usted lo sabe, ya lo sabe —le grito a la cara.
—Porque para superar un problema, primero tienes que asumirlo —me explica.
El nudo en mi garganta crece y la opresión en el pecho está de vuelta, me cubro la cara con mis dos manos y comienzo a mecerme adelante y atrás.
¿Por qué otra vez esta sensación de ahogo?
¿Por qué si ya lo había podido hablar con Linda?
¿Por qué otra vez no puedo hacerlo?
¿Por qué otra vez siento que me dará un ataque o me desmayaré?
Recuerdo los ejercicios de respiración que Linda me enseñó para controlar mis ataques de pánico y comienzo respirando profundo por la nariz y soltando el aire por la boca. 
—Mila. ¿Estás bien? —Asiento, vuelvo a tomar otra bocana de aire y me lleno de valor. Quito mis manos del rostro, la miro un segundo, después vuelvo a evadir su mirada y le digo en un susurro.
—Me violaron —Y al mismo tiempo que pronunció las dos palabras, dos enormes lágrimas ruedan por mis mejillas, pero las limpio inmediatamente y no puedo evitar sentirme impotente por no poder controlarlas —De reojo veo como Kim asiente con la cabeza muy lentamente, pero también veo como me mira con lástima. Yo vuelvo a bajar la mirada, odio que me compadezcan.
—¿Supongo que no te refieres a lo que tu padrastro intentó hacer o hizo?
—No es mi padrastro,  no me refería a él, aunque... —Me detengo antes de decir más.
—¿Aunque que? —Otra vez levanto la mirada hacia la ventana—. Mila. ¿También ese hombre abusó de ti? —pregunta directamente.
—No lo sé —digo en un susurro, bajando de nuevo la mirada.
—¿Cómo no lo sabes? ¿Te drogó? O...?
—Me tocó, tocó mis partes íntimas con su sucia mano, y... Y... Creo que me excité. —le cuento angustiada. Ella contiene la respiración y espera a que siga, y me doy cuenta de que tengo mis manos en puños—. Sara dice que en cierta forma también es abuso sexual, pero yo no lo creo —digo las últimas palabras, mirándola esperanzada de que me diga que Sara se equivoca.
—Si no crees que eso haya sido abuso. ¿Por qué te causa tanto dolor y vergüenza? —Vuelvo a bajar la mirada, y más lágrimas caen en mi regazo.
—No sé. Tal vez por lo que me hizo sentir, pero él no me penetró —le aclaro.
—Con su pené, pero lo hizo con sus manos. —Mi vista va de nuevo a la ventana, las lágrimas siguen escapando libres de mis ojos, mientras niego insistentemente tratando de convencerme a mí misma que no es cierto, no puede ser cierto, no otra vez.
—¡No! ¡No lo acepto! ¡No! ¡No, no, no y no! —digo con firmeza, cerrando los ojos y frotando mi frente con mis dos manos. Ya no quiero pensar, ya no quiero seguir pensando en esto.
—El que no lo aceptes no hará que el abuso desaparezca, Mila. —Sigo negando, con los ojos cerrados, con mi rostro empapado por las lágrimas.
—¡Maldita sea! ¿Por que? Por qué a mí? Por qué otra vez? —La miro molesta y exigiendo respuestas.
—No lo sé Mila, ojalá pudiera responderte, pero no puedo. Dime. ¿Por qué dices que crees que te excitaste? —Vuelvo a bajar la mirada.
—Porqué yo estaba dormida... primero pensé que era un sueño, creí soñar que era mi novio quien me tocaba... En realidad no lo sé, pero él se lo dijo a mi novio. Le dijo que yo había gozado con sus caricias. 
—Eso debió ser difícil.
—Fue humillante. ¿Sabe lo que es que le digan a su novio que gozó con otro hombre, que gozó con un abuso y que la crean una cualquiera? —Mi vista de nuevo está en la ventana.
—No, no lo sé. ¿Tu novio piensa que eres una cualquiera?
—No lo sé, él dijo que no era mi culpa. Pero sé que me lo dijo más para convencerse a él mismo.
—Estas suponiendo y creo que la verdadera pregunta sería. ¿Él piensa que eres una cualquiera o tú te sientes una cualquiera?
—Yo me siento una cualquiera, me siento sucia, usada, rota.
—Cuéntame de lo que pasó hace años —me pide con voz tranquila.
Trago en seco, y vuelvo a bajar la mirada.
—Fue mi pareja de baile.
—¿Saliste con él? ¿O...?
—¡No! —La interrumpo—. Él me acorraló en el salón de baile. Yo no debí estar ahí, era tarde. Yo no...
—Te culpas. ¿Por qué Mila?
—Por qué él me había molestado antes y no dije nada. —Mi mirada va de la ventana a mis manos en mi regazo una y otra vez, pero no miro a la Dra.
—¿Por qué no lo denunciaste antes?
—Ahora sé que por tonta, pero en su momento no lo hice por qué pensé que nadie me creería.
—¿Por qué pensaste que no te crearían? 
—Por qué siendo aún más chica, mi madre no me creyó cuando le conté que un profesor intentó sobrepasarse conmigo. Dijo que era una floja que inventaba eso para mi padre me sacara del ballet y no practicar más.
—¿Cuantos años tenías cuando pasó eso?
—Ocho. —Musito.
—¿Y cuando abusaron de ti?
—Quince, casi dieciséis.
—¿Y él?
—No recuerdo bien, pero era mucho mayor que yo. Creo que 19.
—Contéstame algo Mila. ¿Te defendiste de este joven?
—Sí, con todas mis fuerzas. Y... Y grite lo más fuerte que pude, pero él... Él... Él levantó como si fuera una muñeca de trapo, me dominó sin esforzarse lo más mínimo. No le tomó ni dos minutos someterme. —Por fin me atrevo a mirarla, con los ojos llenos de suplica y de lágrimas, y lo hago para tratar de convéncela de que si me defendí, que no miento.
—¿Entonces por qué te sientes culpable? Mila, ese joven está enfermo, ese joven fue quien te dañó. Tú no querías que abusara de ti, ni el novio de tu madre. Yo te creo cuando me dices que te defendiste, y no creo que seas culpable. Tú ¿Cuando creerás en ti misma? —De nuevo hundo mi rostro en mis mano y sollozo sin control.
—No lo sé, no lo sé. —La Dra. Lewis me sorprende cuando se sienta a mi lado y acaricia mi espalda.
—Mila, sé que en los casos de abuso es normal que te sientas culpable. Casi todas las víctimas lo hacen, siempre pensando en que pudieron hacer las cosas diferentes, que no debieron pasar por ahí a esa hora, o que no debieron hacerlo solas, o que debieron gritar más fuerte, o luchar más. Pero la realidad es que él hubiera no existe, y no puedes cambiar lo que pasó. Lo que si puedes cambiar es la forma en cómo está agresión de la que fuiste víctima, siga trastornando tu vida. Mila ya debes de dejar de culparte por todo, ni el abuso de ese joven, ni el del novio de tu madre, ni el desamor de ella y mucho menos lo que pasó con Lia es tu culpa. De lo único de lo que sí eres culpable es de cómo sigues permitiendo que las acciones de los de más te siguen afectando. —Solo asiento, pero sigo con mi rostro oculto en mis manos, llorando.
—Está bien, por hoy fue suficiente. —Ella dice que terminamos por hoy, pero eso no hace que me tranquilice. ¿Qué significa? ¿Qué mañana continuaremos con todo este suplicio? No, yo no puedo más con todo esto.
—Mila, necesito que participes en la terapia de grupo, esa es la mayor prueba de tu mejoría. —Yo niego con la cabeza—. Además Mila, quiero que sepas, que esta será una lucha diaria, la enfermedad no desaparece así como así y todos días tendrás que mantenerte fuerte para no volver a recaer en ese círculo de autodestrucción al que te sometes. Un día a la vez —explica. Suspiro apesadumbrada, nunca imaginé en el laberinto en el que me metí y del que ahora no puedo salir.
—¿Más tranquila? —Asiento, mientras limpio mis lágrimas—. Bien, ya puedes irte, pero aquí te espero mañana a la misma hora. —Yo la miro con el rostro desencajado y la mirada llena de angustia—. Lo sé, sé que es difícil Mila, pero ya veras como después de que lo hables, lo asumas y lo enfrentes, las cosas irán mucho mejor para ti. —suspiro resignada.
—¡Gracias! —Me pongo de pie y salgo de su consultorio.
Lo siguiente, cita con la Nutrióloga, con mi guía espiritual, y al final de la mañana terapia de grupal, pero aunque estoy tentada a hablar, las palabras dan mil volteretas en mi cabeza. Qué decir, que no, como decirlo. Al final me decido por no hacerlo y salgo de ahí completamente absorta en mis tribulaciones. Ni si quiera pude poner atención a las chicas que si tuvieron el valor de hablar.
La comida hoy cuesta más trabajo pasar, pero a pesar de mi esfuerzo, de nuevo dejó más comida de la que estaba dejando días antes. La enfermera Anna me mira con recelo cuando ve lo que dejo. Bajo mi rostro y evadiendo su mirada salgo del comedor a toda prisa. Sé que apuntan todo lo que comemos y lo que no. Y cada enfermera tiene a su cargo un pequeño grupo de chicas de las que están al pendiente de que coman y de que no se provoquen el vomito. Anna es mi enfermera a cargo por las tardes y Milly por las mañanas.
Pasó la tarde con las clases de ballet y ensayando, y de nuevo bailo más tiempo de lo acordado, pero simplemente siento que no puedo parar, hacerlo significaría volver a pensar en todo lo que consume mi vida y hoy siento que no tengo la fuerza para afrontarlo. 

Mila, Mi Pequeña Bailarina  #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora