Capitulo 50

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La habitación la conforman, una cama, un pequeño escritorio, una silla y una mesa de noche, con una pequeña lámpara; Es lo primero que pruebo que funcione, pues sé que no podré dormir sin luz.

—El baño está al final del pasillo —me informa Anna y yo la miro anonadada.

¿Qué? ¿No hay baño en la habitación? Vuelvo a respirar profundo para no contestarle de forma grosera a la robusta enfermera, que me mira desde la puerta—. Deja tus cosas aquí. Vamos, te llevaré a que el médico te revise.

Sin responder, me levanto de la cama en la que ya me había dejado caer abatida, me quito la chaqueta y salgo detrás de ella, que me lleva hasta un pequeño consultorio.

—Desvístete, quédate solo con la ropa interior y espera aquí —me ordena la rígida mujer y yo la miro alarmada—. En un momento viene el médico —agrega antes de salir.

¿Qué? ¿Qué me desvista? ¿Qué es lo que se creen en este lugar? ¡Dios, no puede estar pasándome esto!

—¡Hola, buenas tardes! Yo soy el Dr. Steve West —dice el joven hombre de bata blanca— ¿Mila Davis, cierto? —pregunta—. ¿Por qué no te has desvestido? —me cuestiona mirándome intrigado y yo lo miro aterrada, pero sigo sin moverme—. Mila, es necesario que te desvistas, solo deja la ropa interior. Necesito medir todo tu cuerpo —explica.

—¡Dios, ayúdame! —ruego en voz baja por ayuda divina.

Me desvisto lentamente, hasta quedar solo en bragas y sujetador; ambos de algodón, como los que usaría una niña pequeña. Con mis manos cubro mis pechos y mi vientre. Él médico se acerca a mí y siento que tiembla cada centímetro de mi cuerpo. Él me observa de forma analítica y comienza tomando medidas por todas partes de mi cuerpo. La cintura, el torso, brazos, muñecas, muslos, tobillos, abdomen, etc... Y las va apuntando en una libreta.

—¿Qué te pasó? ¿Por qué tienes golpes y hematomas por todo el cuerpo?

—Me golpearon —respondo de forma sarcástica.

—Eso es obvio, quien lo hizo —insiste.

—¿Importa algo que lo sepa?

—No realmente, está bien si no quieres decírmelo —comenta el doctor con indiferencia.

—Fue mi madre —declaro. Él me mira impasible.

—Debiste haber hecho algo muy malo para recibir tal paliza —menciona sin reparos. Yo niego y río con incredulidad. Es increíble la forma en que las personas suponen tantán tonterías sin saber realmente lo que sucede.

—Qué su amante quisiera violarme, ese fue mi pecado —aclaro mirándolo desafiante.

—Lo siento, no debí... —El médico se queda sin palabras y baja la mirada avergonzado.

—No, no debió y sin embargo lo hizo, como todos lo hacen. Como todos creen que yo merezco esto, creen que merezco ser ultrajada y maltratada por todo el mundo.

—¿Te violaron? ¿Te vio un médico? ¿Denunciaste? —pregunta inquieto.

—De nuevo está suponiendo —observo con sarcasmo y a la defensiva—. No, pude detenerlo a tiempo antes de que lo hiciera.

—Eres una chica muy valiente, pero no es de mí de quién tienes que defenderte —me dice con tono suave. Vuelvo a reír con incredulidad.

—¿Entonces debo dejar que siga suponiendo que soy una mala chica y una cualquiera?

—Yo no creo eso, perdóname si te di esa impresión —aclara—. ¿Ven sube a la camilla? —indica cuando termina de tomar las medidas—. Me dijeron que has estado sufriendo desmayos. ¿Cierto? —Asiento, él me amarra una liga en el brazo después toma una jeringa y me toma una muestra de sangre, que luego vacía en varios tubos.

Mila, Mi Pequeña Bailarina  #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora