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Fue como un sueño, todo estaba borroso. Recuerdo que me hablaba pero no sé que me dijo, luego algo húmedo toco mis labios y un poco se filtro a mi boca, estaba delicioso. Gruñí, o eso creo, y me aferre a aquel dulce manjar.

Bebí hasta saciarme y después alguien me beso.

—eres mía, dulce, espero con ansias poder probarte —mis parpados se abrieron lo suficiente para ver dos puntos rojos frente a mi —mi hermoso dulce, duerme. Recupérate para mí, te quiero. —beso mis labios una vez, pero esta vez le correspondí, me sentía extraña, creo que era lo que bebí —cálmate —rio —primero tienes que recuperarte, tenemos tiempo. Mucho tiempo.

Caí en un profundo sueño.

No sé cuánto tiempo pase en ese estado, dormía como una roca y despertaba lo suficiente para notar que estaba en el mismo lugar. Eran más mis momentos inconscientes que los consientes, y soñaba. O eso me parecía a mí, sueños.

Los enormes ojos rojos me perseguían siempre, y siempre decía lo mismo:

—eres mía, toda mía.

Había dos personas en la playa.

Ella reía mientras salpicaba agua con sus pies hacia el, que esquivaba fácilmente sus intentos por mojarlo.

—no es divertido si no juegas también —se quejo ella con un puchero.

—no hay manera que me convenzas —reto él.

Ella se mordió el labio pensando cómo convencerlo. Dio vueltas en la orilla haciendo que su vestido se eleve con cada giro, chasqueo los dedos y el agua a su alrededor se elevo empapándolo a él por completo, pero dejando a ella seca.

—eso no es justo —él avanzo a paso lento y ella retrocedió unos paso antes de darse vuelta y echarse a correr —corre mi dulce niña, corre.

Ella rio contenta de hacerlo entrar en su juego, pero él la atrapo fácilmente.

—no es justo —ella trato de verse molesta pero un vistazo a sus sonrientes ojos la derretían —¿estamos a mano?

Él negó antes de apretarla contra su cuerpo y llevarla mas profundo en el agua. Se arrojo al mar con ella en brazos y emergió con ella en brazos.

—ahora los dos estamos mojados —él la miro intensamente y la beso con tal pasión que le quito el aire —te amo.

—también te amo, —ella dejo de sonreír —no puedo seguir sin ti.

Me desperté con el rostro mojado por las lágrimas y una enorme tristeza. Me repetí que solo había sido un sueño, no podía ser otra cosa.

Greg escogió ese preciso momento para entrar, pero se quedo parado en la puerta.

—¿Cómo te sientes hoy?

—¿Por qué me tienes aquí? Llevo días encerrada, no sé si afuera es de día o de noche y la verdad todo esto —señale la habitación en la que me tenía encerrada —es demasiado sospechoso para ser solo un secuestro.

Greg rió y se acerco hasta estar de pie frente a la cama.

—es por tu bien.

—me siento como una prisionera.

—no eres una prisionera, pero por el momento es mejor que estés aquí. Afuera es de día, el sol está en todo su apogeo y aun no estás lo suficientemente fuerte ni usando uno de estos podrías salir —levanto la mano moviéndola de un lado a otro, el tipo estaba loco.

—¿Por qué tengo que estar encerrada si no soy una prisionera?

—¿de verdad no sabes? —negué y el tomó mi mano y la llevo hasta su boca —ya lo sabes, es solo que no quieres aceptarlo.

Trague audiblemente y él sonrió satisfecho, beso mi mano y me puse tensa. Una punzada y sus ojos se volvieron rojos, de un rojo intenso que me dio miedo. Pero tan rápido como empezó termino, el se alejo de mi y limpio el hilillo rojo que le corría por la barbilla.

—ahora ya estás segura de quien soy. —mire mi muñeca y mi respiración acelero —¿tienes más dudas? Estaría encantando en aclararlas para ti.

Mi corazón iba a mil por hora. Mi cabeza daba vueltas tratando de explicar las dos marcas, había dos pequeñas marcas en mi muñeca que desaparecieron rápidamente.

—ahora que te quedo claro quién soy —ronroneo él suavemente —¿quieres saber quién eres?

—yo sé quien soy —me defendí.

—déjame reformular mi pregunta, ¿quieres saber quién eres ahora?

—yo sé quien soy —repetí mas para mí misma. —aléjate de mí, eres un monstruo.

Tomo mi rostro entre sus manos, estaba tan nerviosa que no me opuse a su toque. Sus ojos eran dos posos oscuros que no dejaban ver nada.

—somos —dijo al fin —desde ahora debes decir somos monstruos.

Se puso de pie y, sin dejar de mirarme, salió de la enorme habitación. Espere a que cerrara la puerta y unos minutos para que se alejara lo suficiente para no correr riesgos, y corrí hasta la puerta tratando de abrirla. Por supuesto estaba cerrada.

Olvídame  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora