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Carld

Mi madre no deja de moverse de un lado al otro eso me pone nervioso. Pero estar nervioso es estar asustado y eso es ser débil. Yo no soy débil.

—con eso será suficiente. —dice ella.

La curiosidad es algo que madre también odio. A decir verdad madre odia muchas cosas.

—¿Dónde está tu padre?

—no lo sé.

—ya tardo mucho —tomo los ingredientes regados en la mesa y empezó a ordenarlos en los estantes tras de ella —ya debería estar aquí. Ve arriba y espéralo.

No tuve que hacerlo, porque papá azotaba la puerta con demasiada fuerza.

—no lo logro. —gruño bajito. —todo lo tengo que hacer yo, de otra manera no queda bien hecho.

—es hora de que me acompañes a hacer algunas cosas.

—¿Qué cosas?

—si algún día quieres ser la cabeza de esta familia, como yo lo soy ahora, debes saber que el aquelarre es una sola fuerza y para ello debemos estar unidos. Si uno de nosotros es débil —gruño la palabra débil —nos arrastrara a los demás con ella, siempre será un lastre. Un punto débil que debemos eliminar.

—eliminaremos un puto débil.

Madre sonrió, pero no era la dulce sonrisa que algunas madres regalan a sus hijos, mi madre sonríe como un gato antes de comerse al canario.

—eso mi querido, es exactamente lo que haremos.

Esa noche matamos a mi tía. Y extrajimos sus poderes dentro de una joya. La joya que luego le regale a Maira y la que le dio algunos de los poderes que madre necesitaba y la que también llevaba algo de su alma.


Olvídame  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora